La fórmula del almirante

La presencia del comandante en Jefe de la Armada, almirante Miguel Angel Vergara, en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara, ha revivido el áspero y largo debate acerca de la aplicación de la Ley de Amnistía. Igual que otros altos uniformados –la mayoría, al parecer, si no todos- el almirante cree que debe volverse a la interpretación original de la ley: amnistiar sin investigar...

Pero hay sectores cada vez más amplios de la población, que han visto que todavía, a casi tres décadas del golpe militar, surgen nuevas denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos, y que propugnan lo contrario... cuando no piden, derechamente, que se ponga fin a la amnistía.

Los chilenos hemos estado entrampados en esta discusión por largo tiempo. Pese a ella, con insuficiencias y problemas que han provocado temblores, turbulencias y marejadas, poco a poco, emerge una verdad dura y dolorosa: en Chile hubo horrorosas violaciones a los derechos humanos. A veces se cometieron al amparo de respetables razones ideológicas y en otras, peor aun, so pretexto de defender la democracia. Pero, desde el informe de la Comisión Rettig, nadie puede sostener seriamente que los detenidos desaparecidos son un invento. Menos que formaban parte de una campaña antipatriótica. Pero quedaron muchos casilleros en blanco. Algunos –muchos menos de los que se hubiera querido- los rellenó, una década después, la Mesa de Diálogo.

Las decepciones, frustraciones u ocultamientos de información que hemos conocido, no nos deben hacer olvidar algo esencial: la Mesa de Diálogo también fue un paso adelante. Hubo un valeroso reconocimiento de los crímenes de nuestra versión de la guerra sucia. Pero todavía falta y, como se ha apuntado con razón en estos días, se corre el riesgo de eternizar el debate. El almirante Vergara propone, sin caer en la falsa solución de una ley de punto final, ya rechazada anteriormente, un camino nuevo: poner una meta (acelerar las indagatorias en curso y los juicios pendientes) y fijar un plazo (dos años, dijo él) de modo que “esta cuestión no se prolongue eternamente”.

Es, tal vez, la mejor solución.

Es mejor que la que se intentó durante mucho tiempo: negarlo todo, primero, y luego de tratar de tapar con tierra y palabras la sangre derramada y los dolores profundos. Como las llamas de un fuego subterráneo, de tiempo en tiempo surgen testimonios acusadores que revelan un nuevo crimen, una nueva tragedia y su collar de dolores y lágrimas.

Un día es el folklorista “Piojo” Salinas.

Otro la periodista Patricia Verdugo quien, aparte de su propia tragedia familiar (el asesinato de su padre) revela historias que acaba de conocer, como la de una joven torturada en pleno centro de Santiago a vista y angustia de su padre.

Cada historia que revive es una historia de fracturas del alma, de fanatismos, de sentimientos que no parecen querer ni creer en la reconciliación. Y sus protagonistas no son solo de un sector. El hijo de “Coco” Paredes todavía no sale de su asombro, como cuenta en un libro testimonio, de que le arrebataran su calidad de vocero de los anti-pinochetistas, en Londres... por culpa de sus trajes demasiado elegantes. Las pasiones que se desataron en Chile en los años previos al 1973 y que tuvieron entonces su gran explosión, no se han calmado.

Tal vez la idea del almirante Vergara de dar un plazo y una meta sirva para apaciguar los ánimos..

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 9 de Noviembre de 2002

Nota del Editor:
Este artículo es anterior al encuentro de Paredes con Lavin, que causó mayor estupor a los chilenos en el extranjero.

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