Venezuela: el costo de la crisis

¿Sabremos algún día qué pasó realmente en Venezuela el pasado fin de semana?

La pregunta no sólo se la hacen miles de personas en todo el mundo. Todavía hay millones de venezolanos que no entienden qué pasó. Y, lo que es peor, no saben qué les espera, a pesar de las palabras tranquilizadoras del Presidente Hugo Chávez.

Un punto importante en la comprensión del fenómeno venezolano tiene que ver con el papel de los medios de comunicación. El Presidente Chávez ha usado magistralmente los medios. Gracias a ellos llegó al poder y consolidó su posición, logrando un impresionante apoyo popular. Cuando pareció que lo perdía, el viernes 12 de abril, fue porque mientras daba un discurso tranquilizador por cadena oficial, las emisoras privadas dividieron la pantalla y mostraron las imágenes de la violencia desatada por sus propios partidarios. Ese fue, sin duda, el comienzo del fin…. por fugaces 28 horas.

Más tarde, reinstalado en el Palacio de Miraflores, el Presidente Chávez ha sido extraordinariamente cuidadoso en evitar los deslices en el lenguaje, a fin de no dar la sensación de un gobernante resentido que busca afirmarse y derrotar a quienes lo desafiaron. Pero lograr la confianza de los empresarios, la clase política y los dirigentes sindicales del petróleo no será fácil. Más difícil todavía será lograr que la clase media, que se ha sentido arrinconada durante un largo período, vuelva a confiar.

Como en Argentina, estos episodios dejan huellas profundas, cicatrices dolorosas que no cierran fácilmente. Es comprensible, pues, que entre las varias víctimas haya estado nuestro embajador, quien confió en la información que corría por los círculos caraqueños desde comienzos de la semana crítica. Todo el mundo sabía que venía una intentona contra Chávez y aunque la Casa Blanca ha negado su intervención directa, es evidente que los representantes norteamericanos no hicieron mucho por evitarlo. El embajador Marcos Alvarez difícilmente podría haber hecho algo por su cuenta. Y, como millones de venezolanos y de ciudadanos del mundo entero, creyó que con la intervención militar y la posterior llegada al poder del empresario Pedro Carmona el capítulo estaba cerrado. Pero era solo eso: un capítulo que terminaba, al tiempo que se abría otro, cuya duración nadie sabe y cuyo significado es una gran incógnita. Tal como han hecho notar diversos comentaristas, pocos creen que el populista Chávez de hace dos semanas haya dado paso, milagrosamente, a un Chávez responsable, dialogante, respetuoso de la libertad de expresión y demócrata a carta cabal. No hay precedentes en el mundo al respecto. Juan Domingo Perón necesitó del exilio y los años para cambiar. En Chile, la diferencia entre Carlos Ibáñez del Campo, caudillo sin contrapeso en el “Congreso termal”, y el Presidente Ibáñez, paternal y respetuoso de la ley, también pasa por los filtros de del tiempo.

En medio de tanta confusión, el buen analista y mal pronosticador que es Andrés Oppenheimer (anunció la caída de Fidel Castro hace años) concluyó que “esta vez, la Carta Democrática de la OEA fue aplicada correctamente contra el golpe en Venezuela. Ahora debería ser invocada contra Chávez si este continúa erosionando las libertades democráticas…

Esto explica porqué subsisten las reticencias. Y porqué subsisten las preguntas acerca de los costos del episodio del pasado fin de semana: los muertos, los millonarios daños y los trabajos y dignidades que se perdieron abruptamente. Pero, sobre todo, persiste una incógnita: por cuánto tiempo. Y para eso, no hay analista que tenga una respuesta definitiva.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 21 de abril de 2002