Cuando el elector tiene voz y voto

Apenas pasada la medianoche del lunes, los 31 votantes de la pequeña aldea de Dixville Notch, en el norte del estado de New Hampshire, concurrieron a marcar sus preferencias en la carrera presidencial norteamericana. Siguiendo la tradición, el resultado se entregó de inmediato: 16 votos para George W. Bush, 14 por John F. Kerry y uno para Ralph Nader.

Con el pasar de las horas, esta votación volvió a señalar –tal como en 2000- hacia dónde apuntaba la tendencia. Cuatro años atrás, Bush derrotó aquí a Al Gore por 17 votos contra trece. Después de los ataques terroristas contra las torres gemelas y el Pentágono, la invasión de Afganistán y la guerra en Irak, apenas un elector dejó de apoyarlo en este pequeño reducto cercano a la frontera con Canadá. Millones de compatriotas suyos decidieron, por el contrario, darle su apoyo al Presidente.

El miércoles, Bush cantó victoria: “América ha hablado”, dijo.

Según Time, en esa tensa madrugada, el reelecto Presidente norteamericano espantó todos sus fantasmas: el de la campaña anterior, en que ganó por secretaría; el de la derrota de su padre, cuando se demostró que ganar una guerra no aseguraba la reelección; el de los primeros resultados, del mismo martes, “cuando todo el equipo de Bush, a la luz de las proyecciones a boca de urna, temió que todo su esfuerzo terminara en un fracaso”.

En un par de semanas más, superadas las tensiones de los últimos meses, Bush llegará a Chile a participar en la reunión de la APEC, departirá con sus colegas del área más desarrollada del planeta y dirá a los chilenos que el desacuerdo acerca de la invasión a Irak es cosa del pasado. Se encontrará cara a cara con Vladimir Putin quien ya lo felicitó y aseguró que su triunfo demuestra que “el pueblo norteamericano no se dejó asustar por el terrorismo”.

Pese a la conjunción de razones, lo que inclinó la balanza fue, sin duda, el apoyo de los grupos más conservadores. Durante cuatro años, sin que los medios internacionales lo destacaran, Bush cultivó una positiva relación con líderes tradicionalistas: católicos, protestantes y judíos. Su firme rechazo ante tres temas decisivos: el aborto, los matrimonios homosexuales y las investigaciones en células embrionarias le dio un respaldo sin precedentes entre los católicos (un cinco por ciento más que en 2000) lo que resulta más notable dado que Kerry es católico, aunque ha manifestado serias divergencias con la jerarquía.

Cuando, al cierre de la campaña, reapareció en escena Osama Bin laden, se pensó que su tono amenazante podía ser útil a John F. Kerry. Pero en definitiva fue el último refuerzo que requería la candidatura oficialista. Con quince millones de votantes más que hace cuatro años, hasta llegar a 120 millones, Bush se impuso por 51,06 por ciento contra 48,02 y, lo que no es menor, reforzó la presencia republicana tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes.

Su empecinamiento en derrocar a Sadam Hussein pesó fuertemente en la campaña. El desmoronamiento de las razones (las armas de destrucción masiva) el fracaso del intento por asegurar la paz, deberían haberle costado caro. Pero los norteamericanos reaccionaron al revés del resto del mundo que mayoritariamente prefería a John Kerry y le dieron un rotundo espaldarazo. El propio Bush admitió que para él es un cumplido que las opiniones sobre su persona sean tan fuertes: “Significa que no me importa asumir posiciones”.

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