EE.UU entre la razón y la fuerza

Empate técnico” en la votación popular; incierto resultado en los colegios electorales y una profunda división para los próximos años fue el pronóstico final con que culminó la campaña presidencial en los Estados Unidos.

La sombra de lo que ocurrió en Florida el año 2000 ha penado en todo el país. Esto obligó, por una parte, a un cuidado extremo en los detalles del proceso y, por otra, despertó un inusitado entusiasmo entre los votantes. Se estima que unos 120 millones de norteamericanos podrían concurrir a las urnas el próximo martes, lo que elevaría la participación al 70 por ciento de quienes tienen derecho a voto, bastante más que lo habitual (alrededor del 50 por ciento). En 23 estados, aprovechando la posibilidad de votar anticipadamente, miles ya lo hicieron. Todos estos votantes sin historia y poco dados a publicitar su opinión hicieron vacilar las encuestas finales, que apenas dieran uno o dos puntos de ventaja a veces a uno, a veces a otro candidato. The New York Times resumió la situación en una frase para el bronce: se trata de “una elección extraordinariamente ajustada”. Pese a ello, tanto este diario como la mayor parte de los más prestigiosos periódicos de Estados Unidos le dieron su apoyo editorial al candidato demócrata. Varios medios, que antes apoyaron a Bush, ahora le quitaron el piso. Entre los rebeldes figura, como un símbolo, The Lone Star Iconoclast, de Crawford, la ciudad del propio Presidente.

Es que los ataques del 11 de septiembre de 2001 trastornaron para siempre el curso de la historia. Pasado el desconcierto inicial, cuándo Bush Jr. y sus asesores comprendieron la magnitud del desastre y apelaron al patriotismo más elemental de la sorprendida y horrorizada masa norteamericana, su popularidad subió a niveles insospechados. Siguió remontando gracias a la triunfal campaña contra el régimen taliban en Afganistán. Duró hasta que –en medio de vítores- la imagen de Saddam Hussein fue derribada por las tropas anglo-norteamericanas en Bagdad. Desde entonces, con altibajos, ha ido en descenso permanente. Cada soldado muerto, cada bombazo, cada rehén genera un nuevo estremecimiento de horror. Lo único que queda es la obsesión por la seguridad. En los últimos días, la desaparición de 380 toneladas de explosivos de alto poder en Irak fue la penúltima bomba de tiempo en el campo de batalla entre los candidatos republicano y demócrata. La última fue la revelación de un cuidadoso estudio en terreno dado a conocer por la prestigiosa publicación The Lancet de que en Irak han muerto cien mil civiles después de la “liberación”.

Kerry acusó a Bush de “no estar haciendo bien su trabajo”. Bush aseguró que Kerry estaba en una campaña de “acusaciones sin base”. Fue la culminación de una campaña radicalizada y que dejó de ser un debate entre caballeros para convertirse en una riña callejera con toda clase de epítetos y golpes bajos. Nadie cree que los convencidos de uno y otro bando hayan cambiado de opinión. Sólo queda por saber qué pasará con los indecisos y cómo los afectarán los errores de juicio o las acusaciones injustas.

Imposible anticipar el resultado. Los errores no siempre son castigados por los electores. Bill Clinton, que tiene experiencia en estas materias, ya lo recordó, según el semanario francés L’Express: “En tiempos de crisis grave, los norteamericanos prefieren un hombre fuerte que se equivoca a uno débil que tiene la razón”.

En otras palabras, la razón no siempre se impone a la fuerza.

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