Acreditación universitaria: quién y cómo

El procedimiento fue sistemático y riguroso. Comenzó con el trabajo de grupos de académicos de la propia Escuela que, conforme una pauta previa, revisaron programas, curriculos y publicaciones, además de verificar la existencia de equipos suficientes y adecuados, una biblioteca bien provista y entrevistar a egresados y titulados capaces de dar fe de la excelencia de su formación. La culminación se produjo durante tres días de agosto pasado, cuando académicos de tres países de América Latina y Estados Unidos estuvieron en Santiago a fin de verificar los informes. Fue la llamada “visita de los pares”, cuya evaluación pesó decisivamente a la hora de resolver si el plantel estaba o no en condiciones de recibir la acreditación por parte del CLAEP, el Consejo Latinoamericano de Acreditación de la Educación en Periodismo, establecido por la Sociedad Interamericana de Prensa.

Lo que ocurrió, posteriormente, en octubre, en Lima, fue la oficialización de la recomendación del grupo de “pares”. Se certificó, de este modo, que la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales cumple con las normas de excelencia académica y de calidad y de equipamiento exigidas por el CLAEP.

Este caso corresponde, apenas, a una parte del vasto ámbito de la educación superior. Pero es una muestra de lo que pretenden los sistemas de acreditación que inevitablemente cruzarán los debates universitarios este año.

Desde el punto de vista de los “clientes”, la iniciativa no puede ser mejor: se trata de garantizar la calidad de los estudios que pagan. Pero los “prestadores” de estos servicios en nuestro país (60 universidades, 43 institutos profesionales y 113 centros de formación técnica) no reaccionaron con entusiasmo ante el proyecto de sistema nacional de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior en Chile.

A las nuevas universidades privadas, que aparecieron en el escenario a partir de 1980, el proyecto que entró al Congreso en noviembre pasado les preocupa por sus eventuales resabios de estatismo. A las tradicionales, en cambio, les molesta que se las quiera someter a examen “desde fuera”.

Si se considera la amplitud de la oferta universitaria y el gran número de planteles, parece llegado el momento, sin embargo, de establecer algún mecanismo de medición. Urge la creación de organismos capaces de garantizar que los estudiantes van a recibir lo que se les ofrece, a veces con generosa publicidad y siempre a un costo importante.

En lo que yo conozco: la enseñanza universitaria del Periodismo, no me cabe duda de que la mejor fórmula es que este reconocimiento surja de los propios establecimientos de enseñanza superior. No se trata, claro, de actuar “a lo compadre”, sino de establecer un sistema de acreditación con normas conocidas y objetivas.

Como ha recordado un profesor argentino, a mediados del siglo XX parecía suficiente para enseñar periodismo que se reunieran algunos profesionales de buena voluntad, con experiencia en el trabajo periodístico e integrarlos a programas académicos ya probados en Estados Unidos y Europa: redacción, legislación, “cultura general”, un poco de historia del periodismo y los conocimientos básicos “del oficio”.

Hoy eso no es suficiente. La Sociedad del Conocimiento irrumpió de manera insoslayable en nuestras vidas. Un periodista debe navegar con seguridad en el ciber-espacio y debe estar consciente de que el desarrollo tecnológico genera peligros insospechados como incursiones indebidas en la vida privada y alteraciones de imágenes junto con fantásticas posibilidades multimediales o el acceso instantáneo a bases de datos remotas.

Ser periodista, en el siglo XXI, es saber conjugar la vocación con el manejo tecnológico. Y para lograr su dominio, es evidente que se necesita algo más que maestros de buena voluntad. Son necesarios profesionales preparados, capaces de entregar conocimientos sistemáticos, con fundamentos teóricos y experiencia práctica. Pero, además, los estudiantes deben trabajar en ambientes lo más parecidos a las redacciones reales de los multimedios. Y eso significa que el periodismo ya no es una carrera de tiza y pizarrón.... si alguna vez lo fue.

Una característica de nuestro tiempo es la aspiración a lograr la autorregulación. Es el principio que guía los consejos y tribunales de ética del Colegio de Periodistas y de la Federación de Medios en Chile y en la mayoría de los países del mundo. El concepto esencial es que quienes mejor pueden apreciar los aciertos y errores en el desempeñó profesional (o académico, en este caso), son los propios involucrados. Lo hemos confirmado en el proceso de acreditación de nuestra escuela ante el organismo especializado de la Sociedad Interamericana de la Prensa.

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Febrero de 2003

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