Una tragedia cercana

Hace medio siglo, cuando empezó a funcionar en el centro de Santiago la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, a Ramón Cortez le correspondió hacer la primera clase. Más tarde anotaría en su libro “Introducción al Periodismo:

Desde el ventanal que da al poniente de nuestra sala, hemos podido mirar la faena renovada cotidianamente de un edificio en construcción. Mañana a mañana, hemos visto cómo los obreros ejecutaban sus tareas sobre la base de la obra emprendida el día anterior. Primero fueron los heridos, después los cimientos, a continuación las losas y las murallas y así, piso por piso.... El periodista no puede afirmar su trabajo de hoy sobre el ladrillo colocado ayer. Trepados en los andamios de la actualidad, levanta en la jornada un edificio de noticias y opiniones, desde la base hasta el techo. Al cabo de pocas horas de terminarlo, el edificio entero se derrumba y a la mañana siguiente es preciso iniciar una nueva construcción...”

En las últimas semanas, más de una vez recordé esta imágenes de nuestro mítico maestro, mientras veía cómo, a pocos metros del edificio de la Facultad de Comunicación de la Universidad Diego Portales, se levantaba con extraordinaria rapidez la nueva sede para Ciencias de la Salud. A 50 años de distancia, se repetía el mismo proceso que describió sumariamente el agudo observador que era Ramón Cortez: primero la demolición de las antiguas casas de calle Ejército (todo, menos las fachadas, que mantendrán el rostro señorial del Barrio Universitario), luego la excavación profunda y, finalmente, la construcción misma que avanzaba a paso acelerado.

Más de una vez nos preguntamos acerca de la seguridad de las faenas. La profunda excavación en lo que en el pasado pudo ser parte del brazo sur del Mapocho resultaba un poco atemorizante. Pero no pasó nada: pronto se pasó de los pisos subterráneos a aquellos sobre tierra. Al comenzar el año, todo parecía listo para instalar la bandera chilena y ver al numeroso conjunto de trabajadores de la construcción hacer la celebración de los tijerales.

Algún día se hará. Pero, antes, pasó lo que temíamos: una losa –aparentemente sin fraguar según la primera opinión de bomberos- se vino abajo el sábado 24 en la tarde y atrapó a varios obreros. Uno de ellos, Eduardo Cruz, de 45 años, murió de inmediato. Otros cuatro sufrieron heridas de diversa consideración.

Hay un proceso judicial en marcha. Investiga la Brigada de Homicidios. La Universidad pidió peritajes a la constructora. Se busca establecer responsabilidades y minimizar daños.

El lunes la obra estuvo paralizada. Sólo el martes se reanudó la actividad. Pero –visto desde el ventanal de mi oficina en la Escuela de Periodismo- era evidente el cambio de ánimo. Había menos trabajadores y, a la hora de colación, los pocos que estaban ahí, en los pisos superiores, se sentaron cada uno por su lado, en silencio, reflexionando tal vez sobre la precariedad de la vida. Después de todo, ser obrero de la construcción es como trabajar en una mina o en un bote pesquero: de pronto, sin advertencia previa, cambia el viento, estalla el grisú... o se desploma una losa o cae un muro.

En periodismo no ocurren esas cosas. Se cuentan. Así lo repetía Ramón Cortez, ya que “la noticia es la fuerza motriz del periodismo”. Y agregaba:

La noticia atrae como imán al reportero, “posa” para el fotógrafo, se somete al juicio de los redactores, recibe el espaldarazo del Director”.

Pero, para que ello suceda, es necesario que a seres humanos, como Eduardo Cruz y sus compañeros de trabajo, les ocurra algo. Puede ser divertido, aleccionador o dramático. En este caso fue eso: simplemente, un drama.

Enero de 2004

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