Periodistas con sensibilidad.

Micrófono en ristre, el periodista ataca: ¿Cómo se siente... por haber obtenido el Nobel, por haber perdido el penal decisivo, por haber sobrevivido a un horrible accidente, por haber ganado el Loto, porque su hijo chocó en la madrugada en la carretera? Es una escena reiterada. Después de un choque, un incendio catastrófico, una inundación o cualquier otra tragedia similar, nunca falta alguien que pregunta algo por el estilo de "¿cómo se siente?", "¿qué le parece?", "¿cuéntenos su impresión?".

No es exclusividad de la televisión. Pero, obviamente, es ahí donde se ve con más nitidez. Y ahí, frente a la pantalla multicolor, normalmente se produce la airada reacción que mezcla el horror y el asombro: "Impertinentes, ¿cómo se les ocurre...? ¿Es que nunca tienen un poquito sensibilidad?"

En rigor, al hacer su tarea el periodista no tiene más escapatoria que empezar por lo más elemental: qué paso, quién lo protagonizó, cuándo y dónde ocurrió y cómo y por qué fue. Pero es evidente que, al haber seres humanos involucrados, no basta con llenar mecánicamente un cuestionario. A ese esqueleto hay que darle vida: esperanzas, dolores, temores, satisfacciones. Es lo que el autor Nicolás González Ruiz describe como "ese estremecimiento que nos produce el toque directo en un fondo común de humanidad". Pero, ojo: no hay que confundir el legítimo y necesario "interés humano" con el sensacionalismo y la explotación despiadada del dolor ajeno. La búsqueda de ese equilibrio es, quizás, una de las pruebas más difíciles del periodismo moderno, tanto en Chile como en el resto del mundo. El Código de Etica del Colegio de Periodistas de Chile lo dice: "El periodista debe mantener un incuestionable respeto a la dignidad y vida privada de las personas... En especial respetará la intimidad de las personas en situación de aflicción o dolor...". De forma parecida, el Consejo de Etica de los Medios precisó en 1997: "En casos dolorosos y situaciones penosas, el reporteo de los periodistas... ha de hacerse con la discreción y respeto a la vida privada y al dolor de las personas".

Pero -lo vemos con frecuencia "en vivo y en directo"- no siempre se respetan estas normas tan claras y precisas. Tal vez sea necesario darle un poco más de vueltas al tema.

En Australia, hace unos días, en la Conferencia anual de la Journalism Education Association, dos panelistas presentaron el trabajo del Centro Dart, cuya sede está en Estados Unidos y que en los últimos 20 años ha estado preparando periodistas y estudiantes de periodismo en la difícil tarea de "minimalizar" los efectos de su trabajo en casos complejos. Específicamente la iniciativa se refiere a suicidios, enfermedades mentales y catástrofes. En Seattle han desarrollado cursos completos por los cuales ya pasaron 15 mil estudiantes, a fin de prepararlos para enfrentar situaciones críticas. Se pretende, en primer lugar, crear conciencia sobre la mejor forma de realizar el reporteo para que las personas involucradas -víctimas o sus parientes- no sufran un daño adicional. Pero hay un efecto adicional: el resultado, desde el punto de vista de la exactitud de los datos, por ejemplo, ha mejorado.

La de Cratis Hippocrates y Phil Castle, dos profesores que explicaron este programa, no fue la única presentación destacable en el conjunto de 80 intervenciones que se produjeron a lo largo de tres días en que más de un centenar de periodistas y profesores de periodismo se reunieron en Sydney para analizar el tema: "Profesión: Periodista".

Pero fue una de las que llamó más la atención.

Por algo será.

Abraham Santibáñez

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Diciembre de 2003

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