Santo por aclamación

Ciento 64 cardenales en el Vaticano, 200 reyes, presidentes, jefes de Estado y de Gobierno, 600 mil fieles en San Pedro y sus alrededores, cuatro millones de peregrinos en Roma, miles de cristianos que hicieron vigilia –incluyendo diversos puntos de nuestro país- y dos mil millones de telespectadores en todo el mundo. No hay precedentes para lo que se vio en el funeral de Juan Pablo II.

Lo fundamental –incluso para los no creyentes- es el ejemplo de amor y de fe personificado por el Papa en un mundo asediado por las dudas y las tentaciones mundanas. Pero igualmente importante es cómo se transmitió ese mensaje. Aunque a algunos suene peyorativo, Juan Pablo II fue un personaje “mediático”. Lo dijo Jaime Bellolio, presidente de Anatel, la asociación de canales de TV: “Ningún otro Pontífice, ni gobernante, ni líder apreció tanto el valor, la importancia y la utilidad de los medios que brinda el desarrollo moderno, desde los transportes que le permitieron dar muchas veces la vuelta al mundo, hasta las comunicaciones que posibilitan mantener su presencia constante hasta hoy, seguir grabando su imagen y su voz en la memoria de millones de personas”.

Esta combinación, en la cual son tan importantes el contenido como el envase (al revés de Marshall McLuhan, que creía que “el medio es el mensaje”) difícilmente será igualado por el sucesor del Papa, quienquiera que sea. Juan Pablo II, desde el comienzo de su pontificado, demostró que no tenía miedo de acercarse a la gente, pero sobre todo a los enfermos, a los discapacitados, a los niños, a los jóvenes y a los ancianos. Parece una enumeración excesiva y lo es, pero para todos ellos y para muchos más (por ejemplo, los chilenos que sintieron de cerca el soplo helado de la guerra o los que querían un retorno ordenado a la democracia) el Papa fue capaz de dar una voz de aliento, tener un gesto afectuoso y dedicarles lo que parecía ser todo el tiempo del mundo.

El resultado es lo que proclaman a voz en cuello los romanos y los peregrinos que abarrotaron la ciudad eterna: “Santo súbito”, “Santo, ya”. La canonización por aclamación fue parte de la tradición de la Iglesia primitiva. Los romanos, que están conscientes que el Papa es también su obispo, no la han olvidado y parecen dispuestos a reivindicarla. Hay, en verdad, muchas razones de peso para mantener vivo el recuerdo del Papa y su mensaje. Pero mis preguntas persistentes hasta la obsesión, después de todos estos días en que los medios chilenos, especialmente la televisión, compitieron con recursos técnicos y financieros en cubrir la noticia, son: ¿Cuán bien lo hicieron? ¿Fueron capaces (los medios chilenos) de comunicar realmente lo esencial de este mensaje? ¿Por qué tanta gente llegó a un momento de saturación debido a la reiteración de imágenes y de entrevistas desprovistas de significado? ¿O, como dijo el cardenal Errázuriz, a los medios no les quedó más recurso fue entrar en el terreno de la especulación (incluyendo su nombre como “papabile”), para rellenar espacio?

Es un autoexamen que está pendiente. Pero que habría que hacerlo, en vez de caer en la autocomplacencia no menospreciar, por ejemplo. el duro análisis del lector Tomás Fernández R. quien, en una carta al director del diario El Mercurio observó. “La masiva cobertura periodística por el fallecimiento de su Santidad Juan Pablo II ha mostrado tal avalancha de frases cliché, lugares comunes, frases hechas, etcétera, que dejan muy mal al gremio periodístico. La información extranjera que se puede ver en el cable o en internet está a años luz en calidad y presentación que la nuestra”.

Los medios –y también los lectores- tienen la palabra. Juan Pablo II merece una explicación.

9 de Abril 2005

Volver al Índice