Días de protesta en Praga

Antes de lo fijado terminó el miércoles de esta semana, en Praga, el encuentro anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Para sorpresa de participantes y periodistas, se adujo que las sesiones habían avanzado con más rapidez de lo esperado, por lo cual se adelantó la ceremonia del cierre de la reunión. El tema, este año, era la ayuda internacional.

La prisa, según pareció obvio, se debió a la violencia de las manifestaciones, que al segundo día de la reunión aislaron durante cuatro horas a los representantes de 182 países en el Centro de Conferencias. La tradicional plaza de San Wenceslao quedó cubierta de cristales rotos, adoquines sueltos y otros despojos.

Por obra y gracia de una de las mayores paradojas de nuestro tiempo, los manifestantes que protestan contra la globalización en cada reunión del Banco Mundial, el Fondo Monetario u otro organismo parecido, han tomado conciencia de que existen precisamente debido a la globalización.

Durante años, el Fondo Monetario fue el blanco favorito de la izquierda, que lo acusaba de estar al servicio de los intereses del capitalismo liderado por Estados Unidos. Pero siempre se trató de grupos militantes pequeños, que se expresaban a través de órganos partidistas o el primitivo sistema de rayar murallas. Este año, en cambio, precisamente debido a la globalización de las comunicaciones, quienes partieron en Seattle en 1999, tuvieron eco primero en Suiza y, esta semana, en la capital de la República Checa. Algo más lejos, la ''Alianza Chilena por un Comercio Justo y responsable'' se sumó a la protesta, invitando a demostraciones en el centro de Santiago por estos mismos días.

Es difícil, sin embargo, saber el eco que puedan encontrar en nuestro país. Las pequeñas bandas de fanáticos que convergieron en el corazón de Europa, tienen poco de común entre sí: había, según el recuento de Javier Moreno, de ''El País'', ''miembros de ONG (Organizaciones No Gubernamentales), anarquistas, sindicalistas, punks, comunistas, radicales y jóvenes encantados de jugar a las revoluciones''. Los había checos, italianos, griegos y españoles.

Su acción, de acuerdo a los partidarios chilenos de la protesta, busca que ''cada vez que los representantes del capitalismo mundial se reúnen, deban escuchar los gritos de los que no tienen voz y los que protestamos contra un sistema económico que ''globaliza'' y que quiere dominar, por encima de su derecho a existir de las comunidades, su cultura local y sus recursos económicos''.

Los organismos cuestionados recogieron parte de las observaciones. James Wolfenbsohn, presidente del Banco Mundial reconoció que muchos de los que protestan ''plantean cuestiones legítimas y yo asumo el compromiso contra la pobreza de esta nueva generación... Comparto su pasión y sus preguntas; sí, todos tenemos todavía mucho que aprender''.

La pregunta de fondo es si este ''aprendizaje'' significa que hay que dar marcha atrás y levantar nuevas barreras entre los países para tratar de atajar la inatajable globalización. ¿O son, solamente, el desequilibrio económico y la injusticia lo que realmente debe preocuparnos?

Este es el drama que revela una cifra repetida en Praga en estos días: tres mil millones de personas, la mitad de la población del mundo, viven con el equivalente a dos dólares o menos al día.

Ello explica, naturalmente, la real angustia de muchos de los manifestantes, desde Seattle a Praga, desde Zurich a Santiago de Chile. Pero, por eso mismo, debe haber sido frustrante para muchos, que todo el esfuerzo haya terminado en un frenesí de vandalismo incontrolado.

La lápida final la puso el ministro de Finanzas de la India, Yashwant Sinha, quien dijo ante los delegados: ''Vengo en representación de la India, la tierra de Mahatma Gandhi, quien abrazó la causa de la no violencia, y yo debo condenar la violencia que se ha desatado aquí''.

30 de septiembre de 2000