La rosa de Saint-Exupéry

Desaparecido en acción hace 60 años, Antoine de Saint-Exupéry sigue vigente. Del conjunto de sus obras, ninguna ha tenido la difusión de El Principito. En París, los vendedores de souvenirs despliegan postales, muñecos, calendarios, jarros de café, posavasos y posters con los motivos del pequeño héroe rubio. Hay grabaciones en diversos idiomas y se han hecho versiones en cine, televisión, teatro y –por cierto- títeres.

Las lecciones de este breve poema en prosa parecen fáciles de resumir: “Lo esencial es invisible a los ojos”, dice el Principito. Y también: “Sólo los niños saben lo que buscan”. Un estudioso, Jean-Claude Ibert, agrega: “El tema central del libro es la soledad vencida por la amistad... (porque) el autor nos confía que ha vivido solo ‘sin nadie con quien hablar verdaderamente hasta la aparición de este pequeño ser misterioso que le pidió que le dibujara un cordero’”. Pero hay una clave que es, quizás, la más compleja. El zorro se lo hace ver y repetir al Principito: “Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...

La rosa no es un personaje fácil. Es bella, pero se cree única, sin saber que hay cientos y miles de flores como ella. “No es muy modesta”, descubre el Principito. Sufre por “su vanidad un poco recelosa”. Al poco tiempo, “a pesar de su buena disposición para amarla... había comenzado a sospechar de ella... ‘No debería haberla escuchado’”, reconoce. Huye entonces de su lado. Inicia su gran periplo por el universo y termina por darse cuenta de la verdad: “No supe comprender nada... ¡Nunca debí huir! ...Yo era demasiado joven para saber amarla”.

Ya no es el personaje imaginario el que hablar. Es el propio Saint-Exupéry. Y no se refiere a una rosa cualquiera sino a la salvadoreña Consuelo, née Suncín, su esposa, quien esperará inútilmente su regreso de la guerra en 1944.

Un reportaje reciente de Le Monde fue más allá de lo conocido hasta ahora. Consuelo, hija de un país de volcanes (el planeta del Principito tiene dos) no sólo fue retratada en esta obra. Fue, también, la musa inspiradora de Saint-Exupéry: “Es la rosa, seguro, con su coquetería, su vanidad...sus espinas, su tos (ella era asmática). Pero también es el alma del libro. Basta leer un poco entre líneas: su sello está en todas partes”.

Para “Tonio”, como ella lo llamaba, la relación fue fácil. Tampoco para ella. El suyo fue un romance apasionado, iniciado en Buenos Aires, espoleado por la adrenalina de un vuelo loco sobre la ciudad y el Río de la Plata. Lo que les costaba era convivir en tierra firme. Es el desesperado mensaje que surge del libro, escrito en un momento de reencuentro. Cuando el Principito les habla a las rosas, comparándolas con la suya, está en realidad pidiéndole a Consuelo que lo entienda:

-“Ustedes son bellas, pero están vacías... Nadie querría morir por ustedes. Por supuesto que cualquiera al pasar podría creer que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes juntas.... Porque es mi rosa”.

Pese al tiempo transcurrido y que ya murieron tanto Saint-Exupéry como Consuelo Suncin, el canto de amor sigue vigente.

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