Lo que quiere la gente

Nadie puede asegurar que en las próximas semanas no habrá guerra. Pero lo que ocurrió en los últimos días demuestra que el conflicto no es inevitable y que incluso el presidente de Estados Unidos, la gran potencia mundial, no puede hacer todo lo que se le ocurra.

Aunque las autoridades norteamericanas restaron importancia a las demostraciones antibélicas del sábado 15 de febrero, ellas deberían figurar por lo menos como una nota al pie de la historia: constituyen la primera demostración de la capacidad para organizarse de quienes se oponen a la guerra. Como un coro gigantesco, millones de voces, en todo el mundo, expresaron su convicción de que la peor paz es preferible a la mejor de las guerras. El primer ministro británico, Tony Blair, que había acompañado porfiadamente a George W. Bush en su campaña a favor del ataque contra Irak, trató inicialmente de minimizar las protestas. Había dicho que medio millón de manifestantes sería menos que las víctimas que ha ocasionado Sadam Husein. Pero se encontró con el doble de manifestantes. Como buen político, no tuvo más remedio que revisar su posición. No le quitó el piso a Estados Unidos, pero sí se sumó al grupo que considera indispensable un mayor plazo para las inspecciones de la ONU.

Según cifras muy aproximadas, unos diez millones de personas expresaron su repudio a la guerra desde Japón a América Latina. En muchos lugares se repitió, como un estribillo, el balance de que eran las manifestaciones más numerosas desde los años de la guerra en Vietnam. En Chile, el número de congregados fue relativamente escaso. Es probable que se deba al período de vacaciones: sin estudiantes es difícil congregar mucha gente. Pero también habría que agregar una inevitable reacción negativa cuando el Partido Comunista asume un papel demasiado conspicuo. Hubo un esfuerzo importante de otros sectores, canalizados a través de Internet, pero no fue suficiente. Faltó -es una impresión personal- un llamado más entusiasta de las fuerzas espirituales. El Papa no ha sido tímido. Los obispos católicos chilenos, sí.

Contrasta, por ejemplo, el llamado del Dr. Edgardo Condeza, a "crear nuevas y humanizadas relaciones entre los países poderosos y los pueblos débiles e ignorantes, entre los pobres y los ricos del mismo país".

En el otro extremo, el único apoyo visible en Chile a la iniciativa bélica ha sido el expresado por el comentarista Hermógenes Pérez de Arce.

Quienes mejor captaron el mensaje de las calles de todo el mundo fueron los dirigentes de la Unión Europea. En Bruselas, el lunes, el Consejo de Europa insistió en apoyar una solución a través de las Naciones Unidas, lo que implica que Irak debe desarmarse y que los inspectores deben tener más plazo. Nada de lo anterior podría permitir a "Bagdad hacerse ilusiones". "Corresponde al régimen de Irak poner fin a esta crisis mediante el cumplimiento de las demandas del Consejo de Seguridad". "La guerra, subrayaron, no es inevitable. La fuerza sólo debe ser usada como último recurso".

Los dirigentes de los quince proclamaron que su posición coincide con "lo que quieren los pueblos de Europa". Podrían haber agregado, por las manifestaciones multitudinarias de la semana pasada y de las que seguirán, que probablemente es lo mismo que quiere la gran mayoría de los pueblos del mundo.

Abraham Santibáñez

Publicado en el diario El Sur de Concepción y El Magallanes de Punta Arenas el sábado 22 de febrero de 2003

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