La última reflexión.

A pocas horas de menos de la segunda vuelta electoral, todo hace pensar que la campaña quedó decidida entre el debate del miércoles 4 de enero, la franja de propaganda y las visitas en terreno. Si hubiera que resumir los momentos clave de Michelle Bachelet en esta frenética carreras tras los votos, habría que incluir aquel en que explicó “la santa verdad” del cambio de “Bachelet Presidenta” por “Bachelet Presidente”, su dominio del alemán, francés e inglés y el multitudinario acto final en Santiago.

Pero todo esto es, por ahora, pura especulación. La única respuesta válida será la que tengamos este domingo.

En cuanto al debate, los norteamericanos han sido los pioneros de estos encuentros de los candidatos frente a los electores. Los primeros los hacían “a pulso”, en el siglo XIX, cuando no había radio ni TV. Pero, como sabemos bien, la era moderna empezó en las elecciones de 1960, cuando en el histórico primer enfrentamiento ante las cámaras -en una televisión mayoritariamente en blanco y negro- John Kennedy sacó la mejor parte.

De ahí en adelante, los candidatos y sus equipos -en todo el mundo- se esfuerzan por prepararse, hacen simulaciones, reciben clases de impostación de la voz y tienen lecciones de cómo moverse, para sacar el máximo provecho de la comunicación no verbal. Pero hay un convencimiento generalizado en la actualidad de que más importante que lo que pasa en el estudio de TV es lo que sigue. Los comentarios posteriores determinan en definitiva la sensación de triunfo o derrota. Con dos candidatos, como ocurre en el balotaje, esto puede ser tener una influencia decisiva en los resultados.

Después de todo, como puntualizó la periodista Constanza Santamaría, las medidas que ambos candidatos proponen para los primeros tres meses de gobierno “parecen calcadas o al menos apuntan a lo mismo... Las diferencias son de matices.... pero no hay ningún tema en que uno encuentro que alguno de ustedes diga ‘A’ y el otro diga ‘B’...”.

Más que una debilidad de los candidatos, estas coincidencias en temas como educación, seguridad ciudadana, medio ambiente, reflejan un consenso básico que no debería extrañarnos. Las diferencias, en realidad, van por el sentido que se le da a los programas para incentivar la creación de trabajo, los contenidos de una eventual reforma de la previsión y la creación de jubilaciones para las dueñas de casa y el reconocimiento de los pueblos originarios. Y la relación con “la familia militar”, tanto en el plano de los juicios por violaciones a los derechos humanos como en materia de previsión, también es un hito diferenciador.

¿Significa algo todo esto para cada uno de nosotros, chilenos que enfrentamos el día a día a lo largo del país, en nuestro trabajo, en los estudios, en el hogar? ¿Qué nos dice a quienes no somos militantes ni hacemos vida de partido, como ocurre con la gran mayoría? Las respuestas, traducidas en votos, nos lo dirán.

En muchas partes del continente, las frustraciones que dejó el retorno a la democracia desembocaron en un entusiasmo por el populismo que funciona cuando hay riqueza, como fue en el pasado el caso de Perón en Argentina o de Chávez en Venezuela. Pero, como dice la historia, muchas veces estas fuentes se agotan. Al final, lo único que cuenta es que existan reglas claras y respetadas, para trabajar, producir y -en este siglo- participar con éxito en el desafiante mundo globalizado que es exigente e implacable.

Y que haya coherencia entre el candidato(a) y sus promesas.

12 de enero de 2006

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