Los periodistas y la conciencia ética.

Informado de una denuncia que se tramita en el Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas, un colega que vive y trabaja en España me pregunta: ¿Por qué ahora, después de tanto tiempo?

Se trata del montaje en torno al caso de 119 chilenos, que en 1975 se quiso hacer aparecer como muertos en ajustes de cuentas entre extremistas en Brasil y Argentina. Para ello se hicieron ediciones únicas de dos periódicos (Novo O Día, en Curitiba, y LEA, en Buenos Aires), al tiempo que en Chile se propalaba como auténtica una versión distorsionada de la noticia.

La denuncia, fallada ya en primera instancia, puede ser apelada al Tribunal Nacional de Ética y Disciplina del Colegio de Periodistas del cual formo parte, por lo cual no me corresponde adelantar opiniones. Pero sí puedo responder, como le dije a mi amigo, que todo esto es parte del proceso de cierre de nuestra particular transición. Ha sido una historia larga, que para algunos tardó demasiado, mientras otros –como el Presidente Patricio Aylwin, con la mejor voluntad, trataron de darlo por terminado hace años. Pero es un proceso que hemos realizado “a la chilena” y no hemos postergado artificialmente. Tampoco hemos escondido las atrocidades, como en otros casos, el más espectacular de los cuales es el ruso, en que nadie ha investigado los excesos de la era soviética. (En rigor, se sabe más de los crímenes de Stalin gracias a las denuncias de Nikita Jrushov hace más de medio siglo que por un reconocimiento posterior, al estilo de los informes Rettig o Valech).

Que ahora se haga un examen a fondo de las complicidades periodísticas tiene que ver con la perspectiva del tiempo. Obviamente llegó el momento de dejar de lado los eufemismos y mirar críticamente nuestro pasado. Es adecuado que lo hagamos antes que lo nublen las sombras del olvido o la muerte de algunos o todos sus protagonistas.

No es tarea fácil. El gremio de los informadores, como toda la sociedad chilena, se polarizó desde fines de los años 60 del siglo pasado. Mientras algunos celebraban el 11 de septiembre de 1973, otros –los más afortunados, a fin de cuentas- veían desaparecer su fuente de trabajo y decenas más iniciaban un azaroso peregrinaje que los llevó a la detención, la tortura o la muerte.

No hay responsabilidad más terrible que la de enjuiciar las decisiones de otros. ¿Cómo saber sus motivos, sus angustias, sus propios dolores en una época en que todos nos sentíamos amenazados? Todos tuvimos y tenemos justificación razonable para nuestras acciones. Pero no es lo mismo hacer un comentario –por destemplado que sea- que validar el encubrimiento de masivas violaciones a los derechos humanos, u horrorosos crímenes individuales cometidos a nombre de la seguridad nacional.

El duro ejercicio de mirarnos a nosotros mismos indica que estamos llegando al final del proceso. Como lo han dicho diversas autoridades en los últimos años, no es posible imaginar el Chile del futuro sin tomar conciencia de lo que pasó realmente en los años oscuros de la dictadura. La cuota de responsabilidad de los periodistas es mayor que el promedio por que no podemos alegar que no sabíamos lo que pasaba. La conciencia ética deriva generalmente de una creencia o de una convicción superior pero, por si fuera necesario reiterarlo, también está estampada en el Código que nos hemos dado como profesionales. Dice, en primer lugar, que estamos (o debiéramos estar) “al servicio de la verdad, los principios democráticos y los derechos humanos”.

Ni más ni menos. Me parece que es categóricamente suficiente.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Abril de 2006

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