El pecado de nacer...

El obispo de Roma nació en Polonia.
La beata Teresa de Calcuta nació en Albania.
El gobernador de California nació en Austria.
El nuevo canciller de Bolivia nació en Chile.

Podría parecer una ilustración de los efectos de la globalización, esa realidad que –contra viento y marea- se impone en el siglo XXI en todo el mundo. Pero, en realidad, es sólo la versión más actual de un fenómeno antiguo. San Pedro, el primer Papa, quien en rigor ocupa el cargo de obispo de Roma, también vino desde lejos. Era un pescador que trabajaba en aguas menos gélidas que las de Polonia hasta que recibió el mandato de convertirse en pescador de hombres. Quien le dio el nombre a Bolivia nació en Caracas y mal podríamos dejar de lado otro ilustre venezolano, don Andrés Bello, que tanto hizo por las leyes y por la buena forma de escribir de los chilenos.

La verdadera revolución que implica el mundo globalizado reside en la velocidad con que ocurren –o se saben- las cosas. Los meses de viaje en una pequeña carabela se han convertido en horas en un avión comercial; el retraso de las comunicaciones -el 8 de enero de 1815 ingleses y estadounidenses libraron la batalla de Nueva Orleans en una guerra cuya paz se había firmado dos semanas antes- dejó de existir el 11 de septiembre de 2001, cuando “la información y el hecho”, como dice Dominique Wolton, del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, se produjeron simultáneamente en el instante del ataque a la segunda de las Torres Gemelas de Nueva York.

No debería sorprendernos, en consecuencia, que en una misma semana, personajes tan distintos hayan coincidido en ocupar titulares destacados, pese a vivir (o morir) lejos de sus lugares de origen. Para todos ellos, esta situación fue, posiblemente, un incentivo en el cumplimiento de sus metas en la vida. Pero es difícil que para nadie resulte tan complicado como para Juan Ignacio Siles del Valle, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores boliviano. Porque lo suyo no es lo mismo que Henry Kissinger, que ocupó el cargo de Secretario de Estado, equivalente en Estados Unidos al de ministro de RR.EE., pese a haber nacido en Alemania, igual que Madeleine Albright, oriunda de Praga

El problema, claro, es el problema entre Chile y Bolivia, que recibe distintos nombres, pero que invariablemente se sintetiza como el de “la salida al mar”. Ya hemos visto, hace poco, como la opinión pública boliviana se incendia como bosque reseco en verano cada vez que surge el tema. Buena parte de la población de ese país prefiere ser como el perro del hortelano, que no come ni deja comer, sin aprovechar ni exportar el gas natural, para impedir que pase por Chile. Y así las cosas, todo lo que diga o haga el nuevo ministro, inevitablemente será mirado con sospecha.

Siles y su familia son un ejemplo de cómo la relación de nuestros dos países puede ser positiva y amistosa. No es el único caso. Pero, lamentablemente, es de temer que el resultado de su nombramiento solo lleve a nuevas recriminaciones y aleje cualquier posibilidad de entendimiento. Cada declaración suya será mirada con sospecha. Cada paso, se verá con recelo. Su gestión –que tiene muchas garantías de éxito- estará marcada, inevitablemente, por su cuna.

Injusto para él. Problemático para Chile y Bolivia, dos países hermanos que necesitan normalizar sus relaciones.

Abraham Santibáñez

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en octubre de 2003

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