No sólo para santiaguinos

La primera batalla del tránsito la perdió el ministro Germán Correa, en tiempos de Patricio Aylwin cuando quiso que los microbuses santiaguinos fueran todos de un mismo color y cumplieran horarios estrictos. Incluso se distribuyó en la capital un folleto con los supuestos horarios que nunca se cumplieron.

Desde entonces, en esta larga guerra, han sido los propietarios y los conductores los que han cantado victoria una y otra vez.

En los últimos días, cuando las autoridades nacionales decidieron ordenar el tránsito santiaguino, hicieron un pequeño amago en dirección a los propietarios de buses y sus conductores pero descargaron toda su artillería contra los vehículos particulares. Al final de la primera semana, cuando ya habían dejado de humear las barricadas en algunos sectores del norte de la ciudad y se le había terminado de recomponer el peinado a la diputada María Rozas, el mariscal de las tropas de gobierno, el subsecretario Patricio Tombolini, se mostró generoso: se harán algunos cambios “a fin de que quienes insisten en usar sus automóviles particulares tengan más alternativas”.

En este punto se impone una advertencia o, mejor, un intento de diálogo. El lector, en Punta Arenas, dirá con razón, que este es un asunto de los santiaguinos, que no le afecta y que quienes viven en la capital “con su pan se lo coman”. Es cierto… pero sólo hasta cierto punto. Todo indica que lo que pasa en la capital del Reyno, tarde o temprano termina por llegar al resto del país. Es una ley más inexorable que la de Murphy: nunca falla.

Por lo tanto, un mínimo de previsión aconseja saber lo que está pasando a orillas del Mapocho. Llegará el día en que se intentará imponerlo también en las amplias márgenes del Estrecho de Magallanes..

Sigamos con este poco frecuente diálogo con el lector. Dirá entonces. “Bueno, ya. Tendremos lo mismo que en Santiago. ¿Y no es, acaso, incentivar el uso del transporte público, una buena medida?”

Y aquí viene un nuevo repaso a la realidad.

Precisamente ese es el problema. ¿De qué transporte público nos hablan las autoridades?

¿Del que soñaba Germán Correa, del cual sólo quedan los buses pintados?

Porque Santiago, como todas las ciudades del resto del país, es un territorio salvaje, entregado al uso y el abuso de quienes se instalan tras el volante de un bus y se adueñan de las calles. Ahora tienen más espacio. ¿Para qué? ¿Para mayor comodidad del pasajero? No. ¡Para correr más! ¡Para hacer doble y triple fila en la Alameda, en Vicuña Mackenna y en la Gran Avenida, sin siquiera ver al ingenuo que les hace señas para que se detengan!

Si sólo fuera cuestión de hacer un sacrificio para que todos pudiéramos andar mejor, llegar más tranquilos al trabajo en las mañana y a casa en la tarde, si tuviéramos la certeza de que nuestros hijos van seguros y son respetados, si pensáramos que las embarazadas y los ancianos tienen una atención preferente… si...

Esta batalla no se ha perdido porque nunca se dio. Las autoridades nunca intentaron siquiera poner el caballo delante del carruaje. Lo hicieron como el sabio Mao Tse-tung decía que no había que hacerlo, porque era actuar al revés. Le dieron vía ancha y luz verde a los conductores del transporte público e ignoraron al resto. Han ganado en tiempo de desplazamiento en bus, a costa de quienes “insisten” como dice el subsecretario Tombolini, en usar su vehículo, porfiados, que a lo mejor no tienen otra manera de hacerlo, que a lo mejor no son capaces de levantar la pierna más de medio metro para subir a un bus, o no pueden afirmarse en la manilla cuando el vehículo parte o frena bruscamente, que es todo el tiempo.

En Punta Arenas no pasan estas cosas. Pero es de temer que algún día pasarán. Y tampoco se escuchará a quienes tengan una opinión diferente.

Publicado en La Prensa Austral. Punta Arenas. 31 de Marzo de 2001