El papel de la Presidenta

Carta publicada en El Mercurio el 14 de julio de 2006, horas antes del anuncio del cambio de gabinete.

Sr. Director.

Con razón les cuesta a los críticos disparar directamente contra la Presidenta Bachelet. Su estilo directo de “dar la cara” hace difícil utilizar el estilo tradicional chileno de criticar sin dar nombres ni mirar directamente a los ojos.

Pero este estilo directo incluye su propia debilidad: la Presidenta, como ocurría antiguamente cuando los tapones se arreglaban con un alambrito, se está quedando sin fusibles. O, como dicen ahora los cibernautas creyendo haber inventado algo nuevo, sin “cortafuegos”.

Es admirable que la Presidenta anuncie medidas como el castigo a los carabineros que actuaron con rudeza frente a los secundarios y la prensa. O que se amanezca en día de temporal para evaluar si se suspenden o no las clases. Pero ¿qué pasará si la crisis con las fuerzas de orden pasa a mayores, o si el temporal se convierte en catástrofe o nuestros vecinos no siguen jugando al gato y al ratón y vuelven a la política de lo “insanablemente nulo”?

La tradición chilena ha sido que el Jefe del Estado acompañe a nuestros compatriotas en desgracia. Por lo menos hay clara memoria colectiva desde que el Presidente Aguirre Cerda viajó a Chillán después del terremoto. Y así ha sucedido una y otra vez desde entonces.

Pero la advertencia previa, debido a que no hay manera de garantizar que todo está bajo control, debe ser asumida por quienes, al final serán los responsables, legal y políticamente.

Al asumir el papel que corresponde a autoridades menores, los ministros, por ejemplo, la Presidenta los inhibe y así ha sido desde antes que ella asumiera, cuando al regresar de vacaciones dejó sin piso a Andrés Zaldívar. Cuando las encuestas pedían cambios en el gabinete, no se percibió el verdadero sentido del mensaje: la ciudadanía quería seguir confiando en la Presidenta y por ello prefería apuntar contra los ministros. Pero la forma como reaccionó La Moneda hizo que la opinión pública no tuviera más remedio que responsabilizar a la Presidenta.

Por ello, la baja en su popularidad debe entenderse como un deseo de sus partidarios de que no se enrede en pequeñas escaramuzas. Esperan (esperamos) que asuma la conducción del gobierno –“de la nave del estado”, como también se decía antes- desde el puente de mando, con la mirada puesta en el horizonte. Para el resto de las tareas-que no son menores- hay gente capacitada y capaz de expresarse con autonomía. Pero que necesitan respaldo y confianza.

Abraham Santibáñez
Periodista
Profesor
Escuela de Periodismo
Universidad Diego Portales

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