Padres e hijos

El mundo de las imágenes de las figuras públicas está lleno de sorpresas. Dos ejemplos notables, de los últimos días, ilustran, en abrumador contraste, esta afirmación. Mientras los bonos de la casa real británica van en alza, los de la Casa Blanca han sufrido una caída considerable.

Isabel II de Inglaterra, al cumplir 50 años de un reinado lleno de vicisitudes, marcados por la muerte en las últimas semanas, pudo gozar del cariño de su pueblo como no veía en años. Es que la monarquía, pese a los aires republicanos de los últimos siglos, sigue teniendo un encanto en sí misma.

Y resulta mejor cuando se acompaña, como en este caso, de muestras de su comprensión de los gustos populares y de una masiva explosión de afecto popular. Lo primero estuvo a cargo, en el caso de Su Majestad, de lo más granado de la música "pop", protagonista de un multitudinario concierto en los jardines de Buckingham.

Esto fue el sábado. Antes de terminar el concierto, momento en el cual la propia reina subió al escenario sin incomodidad aparente, el príncipe Carlos le dedicó un sentido homenaje en términos bastante formales. Al final, sin embargo, se salió de libreto y presentó a su madre a la multitud con un entusiasta, cariñoso y sorprendente "mommy", que suena igual que "mami" en castellano.

El domingo hubo otro baño de efusividad popular, en un recorrido por las calles de Londres, en el cual cientos de miles de habitantes agitaron banderitas al paso de la soberana, instalada en una carroza dorada que habría sido la envidia de la Cenicienta de Walt Disney.

Si uno trata de entender cómo funciona la química de la realeza, debe aceptar, en primer lugar, la importancia de la sinceridad con la cual se reconocen los problemas, especialmente los propios. La verdad es que no han faltado dificultades en el seno de la familia real británica. Pero ellas, salvo cuando afectan la intimidad o la tranquilidad de los niños, no han sido negadas ni escondidas.

El otro extremo, en estos mismos días, está representado por lo que ocurre en la Casa Blanca.

Llegado al poder en condiciones frágiles, con muchas dudas acerca de las condiciones en que se votó, con un sistema electoral anacrónico y sin que se completara el recuento de votos que muchos consideraban necesario, George W. Bush ganó inesperadamente una imagen de estadista que nadie imaginaba. Su nula experiencia internacional quedó en el olvido luego de la dramática experiencia del 11 de septiembre. La conmoción en el pueblo norteamericano -mezcla de dolor y sorpresa- se canalizó entonces en un apoyo sin precedentes ante su anuncio de acciones de represalia contra Osama bin-Laden. Pero, en los meses siguientes, esta historia de amor no ha tenido un buen desarrollo. Hoy no se anticipa un happy end.

En primer lugar, la operación contra el régimen talibán tuvo un resultado ambiguo: en Kabul se instaló un nuevo gobierno, con una promesa de democratización. Pero el premio mayor, la captura de Osama bin-Laden, no se logró. Peor ha sido lo ocurrido en las últimas semanas: la denuncia de que hubo señales no atendidas oportunamente acerca de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, ha sido percibida como una peligrosa debilidad. Lo más grave parece ser que esta vez la primera reacción fue una auténtica cortina de humo: el anuncio de nuevas aunque vagas posibilidades de otros ataques terroristas.

Hay quienes creen que, después de todo, el hijo no está a la altura del padre.

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Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 8 de junio de 2002