El costo del informante N.N.

Unas pocas líneas en una nota periodística publicada en un semanario norteamericano hirieron las fibras más sensibles de los creyentes del Islam a miles de kilómetros de distancia. No es frecuente, pero ocurre. Su costo –por lo menos quince muertos en disturbios en Afganistán y Pakistán- excede el de otros episodios similares, pero sabemos –como decían los antiguos tipógrafos alemanes- que el plomo de las imprentas causa más víctimas que el de las balas. Textos periodísticos (o de otro tipo) han inflamado los ánimos desde China, donde se reaccionó con indignación por la forma como ha descrito Japón la historia de los años 30, a América Latina. Periódicos, videos u obras pedagógicas de cada país de nuestro continente son habitualmente sometidos a riguroso escrutinio para sorprender y denunciar errores y prejuicios entre vecinos.

Lo de Newsweek, revista que en su edición del 9 de mayo encendió una hoguera planetaria, tuvo complicaciones adicionales. La información inicial –referida a una supuesta profanación del Corán- se basó en una fuente no identificada pero “confiable” según Newsweek. El editor, Mark Whitaker, aseguró que el dato había sido chequeado con dos funcionarios del Pentágono, uno de los cuales no quiso hablar y el otro solamente objetó un aspecto secundario del pequeño párrafo. Con estos antecedentes, insistió Whitaker, “consideramos que la información tenía valor noticioso”.

Una semana después, tras las sangrientas protestas de manifestantes musulmanes y la denuncia del gobierno de George Bush de que la nota afectaba la imagen y las relaciones internacionales de su país., Newsweek presentó sus excusas. Pero no se retractó. Solo lo hizo más tarde, señalando que lo hacía “sobre la base de lo que ahora sabemos”. La revista se negó a ir más allá. Algunos periodistas creyeron ver en la insistencia de la Casa Blanca en que Newsweek debía “ayudar a reparar el daño”, un deseo de imponer una pauta informativa y un modelo de desmentido. Lo que había empezado como un error: una información sin suficiente respaldo, terminó desatando un combate por la libertad de expresión frente al poder del gobierno norteamericano.

El tema de las fuentes no identificadas –que por tanto no asumen la responsabilidad por sus dichos- es un fantasma que ronda en todas las redacciones del mundo. Hace unos días, el onmbudsman de The New York Times –en los diarios en castellano se le llama “el defensor del lector”- hizo ver que buena parte de las quejas que le llegan se refiere a las fuentes anónimas. Citó cartas de lectores que creen que es una artimaña para disfrazar la opinión del periodista. En esta perspectiva, la solución más fácil sería suprimir cualquier alusión a “fuentes cercanas a...”, que es la fórmula tradicional.

Pero el asunto no es tan simple.

En el caso de Newsweek, sus responsables –aunque lamentaron los problemas- siguen creyendo que su información “tenía valor noticioso” y debía publicarse. Entre las recomendaciones de un grupo de editores de The New York Times dadas a conocer el 2 de mayo, se reconocen los problemas y se condenan los abusos. Pero, al mismo tiempo, se asegura que hay noticias que el público podría no conocer nunca debido a que hay fuentes que se niegan a ser identificadas. No se trata de chismes de la farándula, acotan, sino de temas de importancia, como los que se refieren a la seguridad nacional.

Todo esto solo prueba que el periodismo –bien hecho y ejercido responsablemente- nunca ha sido tarea fácil. Menos todavía, un simple juego de “opinólogos”.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 21 de mayo y La Prensa Austral de Punta Arenas el 23 de mayo

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