No más música gratis

Para los norteamericanos, el Internet es el equivalente del viejo Far West: un extenso territorio que hay que poblar y donde los vaqueros se resisten todavía a las alambradas que dificultan el paso. El miércoles 26 de julio, a última hora, cuando la jueza Marilyn Patel, de San Francisco, decretó que Napster, un sitio de intercambio de música debía paralizar sus actividades, se desató una frenética estampida en el ciber-espacio: millones de navegantes en la red, que usaban Napster para copiar música sin pagar derechos, se pusieron a acopiar grabaciones antes que se secara la fuente milagrosa.

Pero, al mismo tiempo, como puntualizó la agencia Reuters, esos mismos millones y otros más, echaron mano a los teclados de sus computadores “para darle su apoyo a la asediada empresa”.

Lo que ocurre es que Napster, una empresa desarrollada por un típico “computín”de 19 años, se presentaba como “la más grande comunidad musical on-line”, basada en un software que permite a los usuarios “encontrar -y bajar, para grabar- su música favorita por medio de conexiones entre computadores”. Es decir, la música no está en un servidor central, sino que la ponen los participantes en este multitudinario juego de intercambio.

La jueza Patel opinó, sin embargo, que el asunto no era tan sencillo: “Una mayoría de los usuarios de Napster utiliza el servicio para bajar y subir música violando los derechos de autor”.

Esta primera batalla legal emprendida por cinco grandes sellos musicales que sentían que estaban perdiendo sumas astronómicas por el “pirateo” organizado, según ellos, por Napster, no terminó ahí. Dentro de los plazos legales, esa misma semana, Napster logró que se la autorizara a seguir funcionando, mientras se ve su apelación.

La batalla promete ser larga.

Para los aficionados,este sitio en la “Web” se había constituido en un verdadero manantial de música gratis. El pasado 19 de julio Napster anunció que sus usuarios habían superado los 20 millones. En un recuento proporcionado por la propia empresa, recordó que sus actividades habían comenzado un año antes. En noviembre pasado, ya tenían registrado un millón de usuarios individuales (descontando los accesos repetidos); en febrero eran cinco millones, diez en abril y quince en junio.

En la visión de los grandes sellos grabadores, la bonanza de Napster se convirtió grave peligro. En diciembre pasado, en una acción conjunta, las cinco empresas, encabezadas por Time-Warner, Sony y Bertelsman, presentaron una demanda por violación a los derechos de autor.

En las horas siguientes a la decisión de la jueza Patel, miles de fanáticos trataron de recoger las que creían serían las últimas grabaciones de Napster. Al mismo tiempo, abarrotaron los correos de los sellos discográficos responsables, en una masiva protesta.

Las empresas querellantes están convencidas de haber demostrado que tienen razón. “Este es un mensaje para todos los que están haciendo negocios sobre la base del trabajo de terceros, utilizado sin permiso”, dijo a The New York Times Cary Sherman, el asesor general de Asociación de empresas de grabación de Estados Unidos.Pero no todos están de acuerdo. Según un reportaje del San Jose Mercury, Michael Robertson, presidente de MP3.com, la empresa abrió las compuertas de la grabación on-line de música digital, será imposible cerrarlas de nuevo. Usó otra metáfora: “El genio se escapó de la botella y la botella se quebró para siempre”.

Es posible que los dos lados de esta ecuación estén en lo cierto. Es probable que la justicia diga que los derechos deben ser respetados. Pero si se cierra Napster, surgirán otros sitios de intercambio imposibles de controlar. Este Far West es más difícil de poner bajo control que el original.

Lo que sigue abierto al debate es el tema de los derechos de autor. Así como en este caso no son solo las empresas las que luchan por sus derechos -también lo hacen los propios artistas, individualmente- ya hay otros creadores que se preguntan quién velará por sus fuentes de ingreso. O si será más fácil para ellos manejar sus propios espacios en la Web.

Incluso pueden estar ahí los periodistas.