El precio de la muerte

La prohibición de filmar los ataúdes de los soldados norteamericanos muertos en Irak ha estado vigente desde el comienzo de la guerra. Pero hace unos días, en Ramstein, Alemania, con ocasión de la transferencia de los quince cadáveres de las víctimas del atentado del domingo 2, la situación hizo crisis. Hasta el momento se había permitido que los periodistas tuvieran acceso a los rituales de homenaje durante el traspaso de las urnas desde los aviones provenientes de Irak a aquellos que las llevarían a territorio norteamericano. Esta vez, sin embargo, fotógrafos y camarógrafos fueron obligados a mantenerse a la distancia..

Para los propios periodistas se trata de una censura destinada a paliar el impacto del costo creciente –en vidas y en recursos- de la guerra. Para los voceros del Pentágono es simplemente la aplicación de una política de protección de la vida privada. Según la agencia Reuter, una fuente no identificada del ejército norteamericano aseguró que “tenemos que pensar en la mamá de un soldado muerto y el trauma de ver las imágenes en televisión de su hijo en los momentos en que está siendo repatriado”. Lo grave del asunto es que el número de mamás que habrá que proteger sigue creciendo.

En los seis meses que siguieron a la declaración oficial de que la guerra había terminado, murieron 222 soldados norteamericanos, es decir, más de uno por día.

Estos muertos complican cada vez más al Presidente George W. Bush. Para The Washington Post la razón es trágicamente simple: “la guerra ha sido más costosa y más sangrienta de lo que se predijo”. Igual que en Vietnam, nadie puede asegurar que el final esté cercano. Y las manifestaciones en contra, que al comienzo fueron muy restringidas, se han hecho cada vez más intensas y frecuentes.

La presión ha obligado a Estados Unidos a recurrir a sus aliados, a fin de repartir mejor la carga, empeño que tiene puntos a favor y en contra. No faltan países interesados en asegurar el futuro. Pero, igualmente hay un riesgo político.

Esto explica lo difícil que ha sido completar los fondos necesarios para reconstruir Irak y las instituciones democráticas. Bush tiene que lograr el visto bueno del Congreso por 87 mil millones de dólares para Irak y Afganistán en momentos en que la economía recién muestra signos positivos pese a la gran debilidad del dólar en los mercados internacionales.

Mejores dividendos políticos –a un año de su eventual reelección- le puede dar el anunciado retiro de parte de las tropas que mantiene en Irak. En el primer semestre de 2004 podrían reducirse a unos cien mil efectivos. Inicialmente se confiaba en que estos soldados serían reemplazados por una división internacional, lo que no se concretó. Ahora, en cambio, aparte de acelerar la rotación desde los Estados Unidos, se optó por aumentar el contingente de seguridad de los propios iraquíes. Ellos deberán ir asumiendo paulatinamente más responsabilidades.

Pero ni siquiera este empeño es fácil. Precisamente la seguridad iraquí ha sido responsabilizada por fallas que permitieron los últimos atentados en Bagdad.

Para los analistas, la situación plantea un dilema clásico: se cumplieron los peores presagios de quienes siempre se opusieron a la guerra, pero nadie, realmente, puede alegrarse por ello.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el 8 de Noviembre de 2003

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