2001, la verdadera odisea

Ni la criolla “ley del mono”, que permite regularizar ampliaciones no autorizadas, podría haber salvado a la estación espacial MIR. No porque las sucesivas ampliaciones que se le hicieron en sus quince años de vida no hayan sido calculadas rigurosamente, sino porque le faltó el más poderoso combustible: dinero.

Y no es que no se hayan hecho ingentes esfuerzos por conseguir apoyo.

Tratando de mantener viva la esperanza, los responsables del programa espacial ruso postergaron una y otra vez la fecha en que fatalmente la estación orbital se zambullirá en el Pacífico. Hace unos días, según informó la agencia Itar-Tass, se decidió que el plazo máximo se cumplirá entre el 13 y el 18 de marzo próximo. El lugar preciso está determinado por las coordenadas 140 grados longitud oeste y y 47 grados latitud sur, “a medio camino entre Chile y Nueva Zelandia”, frente a la Región de Aysén.

El simbolismo del 13 de marzo es que ese día se cumplen quince años desde que la nave -en ese momento en una órbita a más de 300 kilómetros de la tierra- recibió sus primeros dos ocupantes.

Desde entonces han ocurrido muchas cosas a bordo y en tierra firme. La MIR permitió al cosmonauta Valery Polyakov establecer el récord absoluto de permanencia en el espacio: 438 días, completados en marzo de 1995. En febrero de 1997 -cuando la tripulaban rusos y norteamericanos- la estación protagonizó el primer incendio en el espacio. Cuatro meses después fue chocada por el carguero Progress. Ninguna de estas aventuras y desventuras, sin embargo, la afectó tanto como el colapso de la Unión Soviética y la consiguiente crisis de su programa espacial.

Para superar las dificultades se exploraron variadas posibilidades. En 1990 se hizo un primer ensayo de comercialización: un periodista-cosmonauta japonés subió a la nave rusa y pudo enviar despachos “en directo” desde el espacio a su canal en Tokio. El año pasado, cuando ya el fin de la misión tenía fecha preliminar, se intentó de nuevo con la televisión, esta vez mediante un concurso cuyo premio consistiría en un viaje al espacio.

Nada, sin embargo, pudo vencer el paso implacable del tiempo y la falta de recursos.

Lo anterior no resta méritos a la que historiadores de la aventura espacial no vacilan en calificar como “el programa más importante de la era espacial”. Vladimir Titov, que vivió un año en ella, la considera “una buena nave”. Para los norteamericanos, la MIR, que fue creciendo mediante nuevos módulos, fue un incentivo para el proyecto de estación internacional en que participan otras 15 naciones, incluida Rusia.

Debido a que en la altura no necesita cubierta aerodinámica, la MIR parece un injerto de helicóptero de primera generación con un molino de viento. Pesa 140 toneladas. Ha dado alojamiento a cien visitantes. Aunque nadie cree que se vaya a rebelar como el cerebro de HAL, el protagonista de “2001, una odisea del espacio”, se sabe que no será fácil poner fin a su existencia. En una caída controlada, según se anticipa, no se podría impedir que fragmentos de más de media tonelada lleguen a la superficie terrestre sin consumirse por la fricción atmosférica.

Aunque hasta ahora no ha habido víctimas, la historia de los satélites registra algunos casos aleccionadores. En 1978, un artefacto soviético se estrelló en el norte de Canadá, desperdigando fragmentos radiactivos. Un año más tarde, la estación norteamericana Skylab, sin ocupantes, se precipitó sobre el desierto australiano. Más cerca de nosotros, en 1991, la nave soviética Salyut se estrelló en algún lugar en el norte de Chile y Argentina, sin que se determinara exactamente dónde.

Estos antecedentes han generado una preocupación internacional que fue asumida por las autoridades rusas.En enero el presidente Vladimir Putin dispuso que se adoptaran todos los resguardos necesarios para evitar “daños ambientales y otras consecuencias”.

Es de esperar que le hagan caso...

Febrero de 2001