“Juanito” con domicilio conocido

A partir de las denuncias recientes sobre pedofilia –para fijar un inicio definido de un fenómeno muy anterior- se ha advertido una tendencia que parece peligrosa. Se trata de las denuncias de delitos o situaciones de riesgo que afectan a menores en las cuales, de manera creciente, se los identifica o se dan datos respecto de sus padres, domicilios, colegios u otros que hacen fácil su identificación. Niños o adolescentes que han sido víctimas de abusos o maltratos, pueden ser reconocidos por sus amigos o compañeros de juegos o de estudios. Y, aunque no está especificado así en ningún código, es evidente que las precauciones que ha tomado el legislador, no se refieren a una opinión pública anónima, a la cual no tiene por qué preocuparle la identidad precisa de Juanito o Jesusito, sino del resguardo ante la burla o el comentario hiriente, incluso bientencionado, que puede afectar a alguien..

Si esa es la intención y nos parece razonable, es hora de que los medios, especialmente la televisión, revisen la manga ancha que han ido desplegando de manera creciente. Lo que en la prensa –diarios, sobre todo- puede ser más fácil de controlar, no lo es en los canales de la TV abierta. Personalmente lo comprobamos hace algún tiempo, en una reunión con profesores de un colegio en Maipú, donde un par de estudiantes había protagonizado una tragedia que por desgracia es recurrente: en su casa, jugando con la pistola del papá, uno de ellos mató al otro. A este daño irreparable se agregó más tarde lo que los profesores consideraban lo peor: el torpe manejo de la información, que terminó de traumatizar más profundamente a todos los afectados.

Las imágenes de una pequeña víctima de maltrato familiar pueden, sin duda, incitar a una reflexión sobre el tema. Pero el detalle de la información sobre los padres, el lugar donde viven, su nivel socioeconómico o los comentarios de los vecinos solo añaden generalmente amargura y poco más. Nunca o casi nunca, algo relevante.

En las últimas semanas han abundado los ejemplos. Una estudiante de colegio acusada de “conductas lésbicas” ve su caso tratado en el tribunal popular de mayor sintonía del país. Un niño que ha huido de su casa, se convierte en un ejemplo de desfachatez (“soy malo”) ante estos mismos jueces. Y suma y sigue.

En forma paralela, sin embargo, la televisión ha mostrado últimamente todo su valioso potencial en la denuncia, el recuento histórico y la recuperación de valores. Pero, a la hora de hacer el balance queda la sensación de que los programas donde importa más el buen gusto que la vulgaridad o la responsabilidad frente al rating son claramente una minoría. A veces uno llega a pensar que solo salen al aire por y error o descuido de los encargados de la programación.

Publicado en “Periodismo y Etica”.
Boletín de la Escuela de Periodismo y el Centro de Estudios Mediales de la Universidad Diego Portales
Octubre 2002.

Volver al Indice