El esfuerzo final de Juan Pablo II

Como experimentado deportista al aire libre, especialmente en la nieve de las montañas de su Polonia natal, el Papa Juan Pablo II sabe la importancia del último tramo en un recorrido largo. Al acercarse al final de su vida y de su pontificado, aceleró el tranco. A partir de la conmemoración de sus 25 años a la cabeza de la Iglesia Católica, el reinado más largo aparte del propio san Pedro y otros dos pontífices en un total de 264, programó dos pasos extraordinariamente significativos: la incorporación de un contingente de 31 nuevos cardenales y la beatificación de sor Teresa de Calcuta.

Cualesquiera sean sus planes, después de estas agotadoras jornadas, habrá llegado el momento en que Juan Pablo II podrá decir: “Misión cumplida”.

En este cuarto de siglo en Roma, precedido por el paso fugaz de Juan Pablo I y marcado por ser el primer Papa no italiano en 455 años, Karol Wojtila ha sido actor y testigo de cambios revolucionarios. Se le atribuye un papel importante en la caída de la Cortina de Hierro y el derrumbe de los “socialismos reales”, eufemismo aplicado a los regímenes comunistas que empezaron en Rusia en 1917 y se extendieron por media Europa después de la Segunda Guerra Mundial.

En este cuarto de siglo estalló la portentosa revolución de las comunicaciones que llevó, finalmente, a una nueva forma de sociedad, la Sociedad de la Información. En muy poco tiempo se impuso la realidad de un mundo globalizado, dominado por una nueva economía, que exalta el papel del mercado y el individualismo consumista, en contradicción con la base del mensaje evangélico de Jesús de Nazaret..

Juan Pablo II ha sido un buen lector de estos signos de los tiempos. Y su labor pastoral lo demuestra. Su vocación sacerdotal se forjó sobre la base de sus experiencias bajo el régimen nazi, primero, y el comunista, después. Consecuentemente, uno de sus rasgos más profundos es su ferviente rechazo a toda dictadura. Pero también cree –porque así lo aprendió de su vida en Polonia- en el valor de la fe, en la capacidad del testimonio y en el ejemplo del amor, en especial a los más pobres y desamparados, tal como lo hizo sor Teresa de Calcuta.

En una época en que la revolución de las comunicaciones se ha traducido en un relajamiento de las costumbres, el Papa ha sido inflexible en la defensa de los valores tradicionales. En un mundo donde la quinta parte de la población es católica, ha debido enfrentar una callada rebelión de quienes, desde dentro de su misma fe, se declaran partidarios del control de la natalidad, del divorcio, de la aceptación de la homosexualidad, de los sacerdotes casados y, eventualmente, del aborto. Su permanente respuesta ha sido la reafirmación de la enseñanza tradicional, para lo cual –entre otros recursos- ha canonizado a 477 santos, más que todos sus antecesores en los últimos cuatro siglos. Pero ha contado, al mismo tiempo, con su el refuerzo invaluable de su carisma: viajero incansable, ha hecho 102 viajes al extranjero, visitando 129 países, en todos los cuales ha despertado el mismo entusiasmo, especialmente en jóvenes y niños, que lo ven como una señal luminosa en un mundo oscuro.

El Papa se sabe que el suyo es un mensaje difícil de aceptar. Por eso ha sido infatigable en difundirlo y, ahora ha estado preparando cuidadosamente su sucesión. Será, según la enseñanza de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo, el que ilumine a los cardenales que elijan, algún día, al nuevo Papa. Pero, para que esa influencia opere en plenitud, es necesario preparar los caminos del Señor.

Es lo que está haciendo –aceleradamente- Juan Pablo II.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 18 de Octubre de 2003

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