Israel: ¿más gasolina en la hoguera?

El estreno de un nuevo grupo terrorista –las”Fuerzas de la Resistencia Popular Palestina”- que colocó una bomba en el barrio ultraortodoxo de Mea Shearim, en Jerusalén, el viernes, parece ser el primer resultado de la elección de Ariel Sharon como nuevo Primer Ministro de Israel. La explosión, que dejó solamente a una persona herida, se produjo antes incluso de que Sharon iniciara formalmente las conversaciones para establecer un gobierno de unidad nacional como prometió en la campaña.

Aunque la Autoridad Nacional Palestina, que preside Yasser Arafat, declaró formalmente que ellos negocian con gobiernos, no con partidos políticos proclamando su voluntad de seguir conversando, es evidente que el futuro está lleno de sombras.

El triunfo de Sharon se veía venir. Las cifras finales –62,5 por ciento contra 37,4 de Ehud Barak- superaron ampliamente las predicciones, lo que solo prueba que la democracia, en Israel como en todas partes, tiene veleidades, ya que los mismos electores dieron a Barak, hace menos de dos años, un rotundo voto de confianza. Para complicar más el panorama, esta vez sólo se elegía Prime Ministro, por lo que Sharon enfrenta un Knesset (Parlamento unicameral) donde la principal fuerza que se le opone son los laboristas de Barak, con 24 escaños entre 120. De este modo, las posibilidades de gobernar solamente con su propio partido conservador (Likud) o el ultraconservador (Shas) que es la tercera fuerza, son inimaginables.

¿Por qué entonces Sharon se arriesgó de tal manera?

Es por cierto la misma pregunta que uno se hace siempre frente a los avatares de la política. Una respuesta simple es decir que se trata de ambición de poder, lo que podría calzar perfectamente con el personaje.

Pero también hay otros factores.

Un antecedente indiscutido es la larga lucha de Sharon a favor del pueblo judío. Nacido en lo que era la Palestina del mandato británico hace 72 años, su historial al servicio del Ejército ha sido notable. Tuvo, sin embargo, un abrupto final tras la invasión de El Líbano, en 1982, que sólo trajo frustraciones. Pese a que logró expulsar a Arafat y a sus fuerzas guerrilleras, la operación terminó en duras recriminaciones por haber permitido que los milicianos cristianos libaneses masacraran a los refugiados de Sabra y Shatila. Cuando la comisión investigadora lo consideró culpable del incidente, debió renunciar al cargo de ministro de Defensa. Pero ni siquiera entonces se terminó su carrera política. En el último gobierno del Likud. Sharon, como ministro de la Vivienda, siguió adelante con la tarea de poblar el territorio palestino con asentamientos judíos, lo que ha hecho extremadamente difícil cualquier acuerdo de paz..

¿Por qué, entonces, los votantes lo han elegido con tan abrumadora mayoría?

Simplemente por cansancio, frustración ante la incapacidad de Ehud Barak de lograr la paz prometida y un agotamiento frente a un escenario para el cual los sobrevivientes de los campos de concentración y sus descendientes no estaban preparados: aparecer ante la opinión pública mundial como implacables represores de toda protesta, especialmente de niños y adolescentes.

Desde la distancia, el camino abierto ahora parece un intento de apagar el fuego con gasolina, lo que explica los esfuerzos hasta el último día de su mandato del presidente Bill Clinton por lograr acuerdos. Y también explica la promesa de Sharon de llamar a un gobierno de unidad nacional, mientras Arafat insiste en esperar para seguir adelante con las negociaciones.

Una sola cosa es segura. No hay mucho tiempo. Ya la paz ha tardado mucho. Pero, sobre todo, porque Sharon está obligado no sólo a formar un gobierno estable, sino que tiene que lograr la aprobación del presupuesto antes del 31 de marzo.

Si no lo logra, habrá que empezar todo de nuevo. Pero esta vez los electores no sólo optarán por un nuevo Primer Ministro. Según la Constitución de Israel, también renovarán el Knesset.

Publicado en El Sur de Concepción el 9 de febrero de 2001