La ira de los fundamentalistas.

Nadie duda que una imagen, como sostienen proverbialmente los chinos, equivale a mil palabras. Lo creía en Chile el censor que prohibió a varias revistas de oposición, hace un par de décadas, que publicaran fotos o ilustraciones.

A pesar de este antecedente, aunque hubo reacciones escandalizadas, no se pidió la cabeza de los responsables de la revista Apsi cuando incluyeron una serie de caricaturas sobre Jesús y Dios. Lo mismo, en democracia, cuando la ya fallecida revista Plan B dedicó la portada de su especial de Semana Santa a una provocativa foto de una supuesta monja desnuda jugueteando con un crucifijo.

Mientras un sector predominante en Occidente proclama su fe en la libertad de expresión, millones de personas -a nombre de su fe- rechazan lo que consideran excesos, faltas de respeto e incluso blasfemias.

El lema, para unos, parece ser la afirmación de Voltaire de que estaría dispuesto a dar la vida en defensa del derecho ajeno a expresar sus ideas, incluso aquellas con las cuales no está de acuerdo. Para otros, en cambio, debe haber un límite impuesto por la ley y ese límite -en casos extremos, como ocurre actualmente con el fundamentalismo musulmán debe hacerse respetar al precio que sea. Por ahora, las doce caricaturas de Mahoma, publicadas en septiembre pasado por el diario Jyllands-Posten, han significado violentos ataques contra embajadas (incluyendo, de paso, la de Chile en Damasco), un boicoteo creciente a los productos daneses en el mundo árabe, protestas y retiro de embajadores, la ocupación y cierre de la representación de la Unión Europea en Gaza aparte del despido del editor de France-Soir, quien ordenó la reproducción de los dibujos. Como es inevitable, esta reacción que demoró casi cuatro meses en materializarse, sólo sirvió para actualizar el “choque de civilizaciones” que anunció hace un tiempo Samuel Huntington. Según el editor cultural del Jyllands-Posten “esta es una historia mucho mayor que el problema de la publicación de doce caricaturas en un pequeño periódico danés. Es un tema acerca de la integración y de cuán compatible es la religión del Islam con una sociedad secular moderna: acerca de cuánto tiene que ceder un inmigrante (en Europa, en este caso) y cuánto debe ceder, por su parte, la cultura que lo recibe”.

No es un problema fácil. Más bien se parece al dilema que planteaba el presidente Ramón Barros Luco hace casi un siglo, entre los problemas que se solucionaban solos y los que no tenían solución. Este, lamentablemente, no sólo no parece tener remedio sino que se agrava.

Mientras los sectores más radicales piden mayores y más rotundas demostraciones de rechazo, diversos diarios europeos desafiaron las amenazas reimprimiendo las caricaturas. A France-Soir se sumaron El Periódico (España), La Stampa (Italia) y Die Welt (Alemania). El editor de un diario jordano independiente, al-Shihan, agregó otro comentario: “¿Qué causa más prejuicio contra el Islam: estas caricaturas o las imágenes de secuestradores cortándoles el cuello a sus víctimas frente a las cámaras o un atacante suicida que detona su bomba durante una boda en Amman?”.

La respuesta final está pendiente. Pero es difícil que se acomode a los cánones occidentales.

En 2004 los holandeses sufrieron un profundo shock cuando fue asesinado el realizador cinematográfico Theo van Gogh. Acaba de concluir una película acerca de la violencia contra las mujeres en las sociedades islámicas.

No se olvida, igualmente, la condena a muerte, dictada por el ayatolah Jomeini en 1979, contra Salman Rushdie por sus “Versos satánicos”.

Febrero de 2006.

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