Era una Matricia.

Columnista invitado: Enrique Ramírez Capello.

Tuvo un apellido paradójico: Verdugo.

Y un nombre insuficiente y machista: Patricia.

Luchó con tenacidad irrenunciable y vocación a fuego contra los que perseguían ideas, astillaban la libertad de expresión y mataban con pretextos políticos.

Mujer de personalidad tallada en el ejercicio de la palabra, autónoma en su disciplina y proclamadora de los derechos y de la igualdad, mereció llamarse Matricia.

Estudió periodismo en la Pontificia Universidad Católica, en una casona gris, en el barrio San Isidro. Con el sosiego de una capilla, traspatio donde jugaba un compañero del cual un día se enamoró –Edgardo Marín- y profesores que le abrían el pórtico a esta profesión de amor.

Con Guillermo Banco aprendió la cultura del vocablo preciso y del ánimo de justicia; con Emilio Filippi, la serenidad en el juicio, el respeto por el pluralismo y la asepsia ética.

Trabajó con ambos en la revista “Ercilla”, con espíritu desentornado y siempre con una lima para descerrajar las restricciones: su intrepidez y su rigor en la documentación.

Más allá de los tópicos, no militó en la Unidad Popular y en alguna hora le recordaron su afán crítico del gobierno de Salvador Allende. Y en cierta instancia, creyó y difundió el mensaje de un ejército independiente, respetuoso de las regulaciones sociales.

Cuando las inhibiciones empresariales cerraron cauces al semanario, todos nos fuimos.

Así se generó “Hoy”, primer gesto de equidistancia profesional, con enfoques ajenos a las voces imperativas y un acentuado propósito de investigación.

Se armó en esa matriz. Sin gritos ásperos en las páginas y ajena a las genuflexiones. Se cumplieron 30 años de la fundación de esa revista y se le debe reconocimiento. Optó por la denuncia fundamentada y no el lugar común de los polos ideológicos. Por el esquema interpretativo que pone organización, proyecciones y sentido a los hechos y no por el garrote verbal.

Herida cuando su padre fue asesinado por los represores, Patricia Verdugo no caminó con odio. Prefirió revelar y desenmascarar, descubrir y acusar, demostrar y explicar.

En sus libros –“Los Zarpazos del Puma”, “Bucarest 187”, “Una herida abierta”, “Quemados vivos”, “Operación Sigo XX” y otros- hay historia de Chile sin eufemismos. Discrepante del almíbar de la complacencia y de la cicuta del prejuicio.

Con sus manos desesposadas, narró los hechos que jamás aparecieron en los boletines oficiales ni en las conferencias de prensa en las que no admitían preguntas.

Fue una cazadora apasionada. Entrevistó a centenares de víctimas, rastreó en documentos ocultos y clandestinos, enfrentó sin temblores a los culpables. Donde había huellas de sangre, ella buscó el ADN de abusadores y criminales.

La evoco en las cabañas del Círculo de Periodistas Deportivos de El Tabo, con sus dos primeros hijos: Felipe y Diego.

Cálida, fuerte y tierna.

El tránsito periodístico la llevó por otros caminos familiares y profesionales.

Fue atacada y no se desarmo. Más aun: ¡no se desalmó!

Porque su vida fue su gran ejercicio de amor.

(Publicado en La Nación)

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