Un republicano verbal

Columnista invitado: Enrique Ramírez Capello
Periodista

Señor
Guillermo Blanco
Gentilhombre de la palabra
Avenida La Libertad sin número
Comuna de la Tolerancia
República de la Humildad

Querido maestro:

Me emocioné.

Lo juro.

Los aplausos no necesitan adjetivos.

Pero sus ex alumnos, periodistas, escritores y apóstoles nos estremecimos hace una semana en la sala América de la Biblioteca Nacional.

Afuera, competencia sin censura. Vulgaridad que embadurna los muros. Hollín de los microbuses. Voces extraviadas.

Adentro, usted: suave, afable, sigiloso.

La ministra de Educación, Yasna Provoste, le entregó la condecoración Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral.

El mejor regalo por sus 80 años.

Digno reconocimiento por su tránsito amable con la prosa de excelencia.

Casi como un susurro, recreo a Mario Benedetti: “Limpia República Verbal”.

Lo conocí en ese paisaje, hace ¡44 años! Una casona gris en el sosiego de la calle San Isidro. Delirábamos con los goles de Eladio Rojas, leíamos a Ray Bradbury, nos emocionábamos al conocer a Julio Martínez, a Tito Mundt, a Daniel de la Vega.

Nos encantaba la musiquilla de las máquinas de escribir en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica.

Y usted nos enseñó la gran fidelidad: el amor por la palabra.

No sólo nos entregó recetas. Nos mostró sus artículos impecables, mesurados, irónicos. Bebimos en esa fuente. Refrescante, limpia, nueva.

Nos trasmitió equilibrio, no hibridez. Franqueza, no cinismo. Valentía, no imprudencia.

Fue un acto de fe.

Coloquios en el patio, junto a la capilla silenciosa. Ejemplos rescatables en las salas del segundo piso.

Adiós a Ruibarbo” descorrió el pestillo para entrar en sus textos.

Poco después, “Gracia y el forastero”. Coincidencia con nuestros romances inaugurales, siempre en explosión sana.

Hoy lleva más de un millón de ejemplares de venta.

Lo celebro.

Abro la novela que presenta: “Luto en primavera”. Siento el perfume de Talca, atisbo la tienda de don Santos, paseo por la Alameda sureña con Rosita Martínez.

Usted fue mi jefe en “Ercilla” y –cuando nos sentimos atrapados- en “Hoy”. Integramos equipo con Emilio Filippi y Abraham Santibáñez, una gran trinidad.

Compartimos la docencia.

Pero –en lo sustantivo- creo que es mi profesor. Siempre. Por su humor inteligente (¿será redundancia?) en tiempos de decisiones imperativas. Por su palabra noble. Neruda proclama: “Lengua llena de guerras y de cantos”. Usted transformó la guerra en amor.

Enrique Ramírez Capello.

Publicado en La Nación con motivo de la entrega a Guillermo Blanco de la condecoración Gabriela Mistral
29 de Agosto de 2006

Volver al Índice