El timonel de la tienda.

Columnista invitado: Guillermo Blanco

La seducción de las modas también afecta, a veces, a algunos periodistas. No habría por qué no: son humanos, mal que mal, y viven en un mundo sujeto a los arbitrios del mercado. Como en la manera de vestirse, algunos profesionales tienden a exagerar la nota y se adentran aquí en el terreno del ridículo con loable desprendimiento personal.

Un ejemplo. Siempre ha sido norma, al redactar, evitar repeticiones ociosas de palabras. Distinto es reiterar, o sea insistir para destacar una idea. Frases como: “Le recalco que no acepto. Le recalco que su propuesta es nociva. Le recalco que, si no la cambia, voy a votar en contra”, no equivalen a: “Mi amá me dijo que le dijera que mi apá le había dicho que le dijera...

En el primer caso hay énfasis. En el segundo, majadería.

El recurso obvio para evitar estos dislates son los sinónimos. Pero pasa igual que con el patriotismo (respetable) y el nacionalismo (enfermedad del patriotismo). La diferencia podría expresarse con los términos sinonimia y sinonimosis. La sinonimosis sería el vicio del sinónimo: no aplicarlos porque hacen falta sino porque “se usa”.

La tendencia está en boga. En Chile se sinonimea con intemperancia. Venga o no venga, pegue o no, ciertos redactores sienten el deber de forzarse a visitar el diccionario para dar impresión de ser cultos, o de estar al día. En otra época eso tuvo relativa gracia. Muy relativa: en cualquier redacción que se respetara había uno de esos diccionarios, y al que escribía le bastaba estirar la mano y hojear el libro para encontrar maneras distintas de decir lo mismo.

El sistema logró aplicación universitaria. Aún se recuerda en una escuela de periodismo el caso de alguien que ejercía la docencia y se lució entregando a sus alumnos una lista de dieciocho sinónimos de “decir”. A medida que avanzaba -como era inevitable-, crecía la exquisitez. “Acotar”, “puntualizar”, “subrayar” eran comodines moderados. Los demás eran peores.

El recurso exigía darse algún trabajo -aunque harto poco- a cambio del modestísimo lucimiento que ofrecía.

Ahora, quizá no existe un programa de computador sin diccionario de sinónimos. Uno aprieta una tecla y aparece una chorrera. Puede elegir, abrir puertas, pedir otros. Las posibilidades de ayuda parecen infinitas. El lucimiento -en cambio- se reduce más o menos a cero. Tiene que ser muy ignorante en computación un lector al que tanta seudo riqueza verbal logre producirle algún asombro.

De nuevo aquí aparece el vicio. Lo que en situaciones normales es legítimo recurso, se transforma en simple gula.

Párrafo típico: El ministro de ecología anunció un programa de saneamiento ambiental. “Es indispensable”, declaró el alto funcionario, “que todos contribuyamos a crear un clima más sano”, enfatizó el titular de la cartera. “De ese modo”, sostuvo, “se formará la necesaria conciencia cívica”, acotó; “sin ella seremos incapaces de revertir el proceso de contaminación que afecta a las ciudades”, precisó enseguida.

Traducido al castellano y sacando la paja picada, podría quedar así:

El ministro de ecología anunció un programa de saneamiento ambiental. “Es indispensable”, declaró, “que todos contribuyamos a crear un clima más sano. De ese modo, se formará la necesaria conciencia cívica. Sin ella seremos incapaces de revertir el proceso de contaminación que afecta a las ciudades”.

Dejemos de lado la información deportiva, donde un lector que no esté muy al cabo del uso que se da a los colores se pierde irremediablemente entre equipos albicelestes, naranja pálido, azul, amarillo limón, etcétera, sin contar con la rara vez victoriosa y no menos célebre Roja.

La última campaña presidencial provocó cierta desorientación entre los no expertos. Sebastián Piñera fue, para efectos electorales, “el empresario”. Mejor dicho: “el” empresario: al parecer no existía otro. O “el hermano de Miguel”. O “el propietario de Lan Chile”. Nuestra actual Presidenta, Michelle Bachelet, fue “la ex ministra de Defensa”, “la ex ministra de Salud”, “la hija del general”, “la postulante socialista”, “la abanderada de la Concertación”... Joaquín Lavín no sólo perdió lejos en los votos: estuvo a punto de perder también su identidad: “El ex alcalde”. ¿Ex alcalde de dónde? ¿Cuántos ex alcaldes hay en Chile? “El líder de la Alianza”. ¿Uno no más?

Siempre en política, los especialistas en la materia sinonimean “Partido Demócrata Cristiano” y “Falange”. La Falange Nacional fue uno de tres que se fusionaron para constituir la Democracia Cristiana. Sin embargo, nunca se lee, en vez de “falangista”, conservador social cristiano. Si los expertos saben de lo demás tanto como de eso...

Para ellos, nadie parece ser presidente de un partido. Los presidentes son “timoneles”, y los partidos, “tiendas”. Por si algo quedara claro, no sólo no le indican a uno de cuál tienda se trata: la sustituyen por el domicilio. El lector debe consultar la guía para enterarse de cuál es la tienda de la calle Suecia, o la de Antonio Varas, o la de Alameda 1460.

Y claro, que se sepa, en ninguna de ellas venden nada.

Publicado en La Nación, Miércoles 19 de Abril de 2006

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