Megawati, la heredera

Aunque desde dentro no lo percibamos así, comparado con sus vecinos, Chile está bastante cerca de ser una “copia feliz del Edén”: en Bolivia y Argentina los gobernantes, además de sus problemas polìticos y económicos, tienen graves problemas de salud; en Perú, el régimen de Alejandro Toledo nace en medio de grandes esperanzas... pero también de muchos problemas.

Este comentario no es sin embargo sobre Chile ni esta parte del mundo. Es que me ha llamado profundamente la atención el poco espacio -en realidad, nunca es mucho el que se dedica a los temas internacionales- que recibió en estos días la llegada al poder en Indonesia de Megawati Sukarnoputri.

No es habitual que una mujer asuma la Presidencia de un país. Menos si se trata de la cuarta nación más poblada del mundo y mayoritariamente musulmán.

Y hay más: la nueva Jefa de Estado fue ungida por el Congreso, luego de la destitución de su antecesor, Aburahman Wahid , quien, pese a su fragilidad física y política se empecinó por varios días en no abandonar el palacio presidencial.

A primera vista se podía pensar que el régimen de la señora Sukarnoputri serán breves. Sus fortalezas, sin embargo, son varias: su partido, el Partido de la Democracia Indonesia, es el mayor del país, las Fuerzas Armadas la apoyaron sin reticencias y, muy importante, ella es la hija mayor de Ahmed Sukarno, el fundador de la república a mediados del siglo XX. Hasta ahora la popularidad del padre se ha transmitido a la hija.

Sukarno perteneció al grupo de dirigentes asiáticos que vio en la Segunda Guerra Mundial la posibilidad de liberarse del colonialismo. Durante años, este ingeniero civil dedicado a la política independentista en las llamadas “Indias Orientales”, dependientes de Holanda, había perdido numerosas batallas: fue encarcelado y exiliado. Pero, finalmente, cuando los holandeses renunciaron a mantener por la fuerza su presencia, Sukarno era un héroe indiscutido y como tal se ganó el derecho a dirigir esta vasta nación de cientos de islas, variada composición étnica y múltiples problemas.

En 1966, cuando fue derrocado por el general Suharto, se le acusó de demagogo y de extremista de izquierda, pero como comentó la revista Time en 1999, “el juicio histórico ha sido sometido a revisión”. En parte contribuyó a ello el fin de la Guerra Fría y también los excesos del largo régimen encabezado por Suharto, que terminó en una crisis cuyos efectos todavía repercuten en muchas partes, incluyendo nuestro propio país.

El mundo empieza ahora a redescubrir la solidaridad internacional, tras años de indiferencia, en que la prédica fue “sálvese quien pueda”. La globalización de la economía nos ha demostrado que un terremoto económico o político en cualquier parte del mundo repercute en menos de 24 horas en todo el planeta. También se sabe, como lo han planteado la mayoría de los participantes en la reciente reunión sobre el cambio climático, excepto Estados Unidos, que hay materias que deben ser abordadas a escala global: el medio ambiente, el hambre y el sida, fundamentalmente.

Sukarno no era un santo de altar. Pero -como Nehru, como Nasser, como Tito- más allá de sus insuficiencias, tenía una visión de largo plazo, desde lo que a partir de entonces se ha llamado acertadamente el Tercer Mundo.

Es, ciertamente, lo que hizo que su país, después de tantas dudas e incertidumbres, haya decidido depositar sus esperanzas en Megawati, su hija.

Publicado en El Sur de Concepción, el 26 de julio de 2001