Una guerra interminable


En medio de un temporal de dudas y cuestionamientos el oportuno encuentro de los dos hijos del dictador iraquí y su violento fin generó más sospechas que certezas.

Como era obvio, para quienes se opusieron a la invasión de Irak desde el comienzo y depositaron su confianza en el comité de la ONU, el fracaso en la búsqueda de armas de destrucción masiva antes y después de la guerra sólo sirvió para aumentar las dudas. Estas se reavivaron en las últimas semanas con el debate acerca de las palabras del Presidente Bush respecto del peligro representado por los intentos del gobierno iraquí de comprar uranio en Africa. Dicha información nunca tuvo una base firme. El viaje cuesta abajo de la credibilidad de la dupla Bush-Blair se aceleró luego por el incidente con la BBC, que culminó con el aparente suicidio del científico David Kelly.

Maestros en los intentos de manejo de la opinión pública, los asesores de la Casa Blanca creyeron encontrar la mejor oportunidad de acallar todos los rumores con el anuncio del cruento final de Uday y Qusay, los hijos de Sadam Hussein. Al tropezar con versiones que negaban las muertes, al gobierno norteamericano le pareció que la mejor manera de validar sus afirmaciones era la entrega de las fotografías de los cadáveres semidestrozados. Las pruebas pueden ser contundentes, pero ahora hay otro argumento. Este mismo gobierno protestó por la inhumana exhibición de prisioneros y de norteamericanos muertos, ¿cómo justifica entonces estas imágenes?

Nada, además, convencerá a quienes no quieren creer. Y, lo que es peor, creyendo o no que han muerto los hijos de Hussein, los iraquíes no reaccionaron como esperaba el gobierno de Estados Unidos. En vez de cesar la resistencia, todo indica que ella se ha hecho aun más enconada.

Una similar frustración se produjo cuando no hubo las demostraciones de júbilo que se anticipaba a la llegada de las tropas de liberación anglo-norteamericanas. Esta vez, desde la Casa Blanca se predijo que con la muerte de Uday y Qusay se acabarían los ataques a los soldados norteamericanos. Pero tampoco fue así.

Y sigue lloviendo sobre mojado. O sobre los pronósticos equivocados. Porque si uno se remonta en el tiempo, el origen a mediano plazo de esta guerra se sitúa en los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Desde el primer momento, según ha contado el periodista Robert Woodward en su libro "Bush en guerra", el Presidente quiso atacar a Irak. Costó convencerlo de que el financista y cerebro era Osama Bin-Laden y que su santuario estaba en Afganistán. Aunque no logró todos sus objetivos –Bin Laden sigue vivo- Bush, en cuanto pudo puso a Irak en la mira.

La ingrata sorpresa es que, a punto de cumplirse los dos años de los ataques, todavía sigue fluyendo información sobre lo que hizo posible esa mañana trágica de septiembre de 2001. Una de las acusaciones más graves, que trascendió este jueves, es que un vital informe de un agente del FBI quedó traspapelado desde julio hasta después del 11 de septiembre. El informante aseguraba que era indispensable vigilar la gran cantidad de individuos sospechosos que estaban siguiendo cursos de pilotaje en escuelas privadas en Arizona. Este simple informe pudo haber atajado oportunamente los bien elaborados planes terroristas contra las torres gemelas y el Pentágono.

Como no fue así, alguien deberá pagar por ello. En una democracia, al final la última palabra la tiene el elector. Y así va a ocurrir tanto en Estados Unidos como en el Reino o Unido.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas el sábado 26 de julio de 2003

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