La fea vida de Linda

Para millones de personas, en todo el mundo, hablar hoy de Garganta Profunda, no significa mucho. Para algunos, verdaderos arqueólogos del periodismo, tiene relación con el misterioso informante de Bob Woodward y Carl Bernstein, instalado en el corazón de la Casa Blanca, que les permitió develar los secretos del Caso Watergate. No fue su única fuente ya que su diario, The Washington Post, les pidió que tuvieran, por lo menos, dos confirmaciones adicionales. Pero es evidente que sin este misterioso personaje todo habría sido mucho más difícil y, quizás, imposible.

Pero ¿por qué eligió este nombre?

La razón es simple: en 1972, cuando estalló el escándalo Watergate, la más famosa película pornográfica en exhibición en Estados Unidos era justamente Garganta Profunda. Su protagonista, Linda Lovelace, se convirtió en un símbolo sexual en una época en que el mercado de la pornografía estaba dominado por las revistas y los cines triple X. En esos días, la televisión por cable o por satélite recién se incorporaba a la vida cotidiana, y el video casero era un sueño futurista, mientras Internet era, apenas, un proyecto militar.

En los 30 años transcurridos desde entonces, el mundo cambió por completo. Se vivió, sobre todo, la revolución de las comunicaciones. Hoy, la pornografía ya no es dominio exclusivo de algunas revistas o de algunos cines. Está, al alcance de cualquier escolar, en el televisor de la casa o en el computador del colegio. Woodward y Bernstein han envejecido. Los protagonistas del caso Watergate han ido desapareciendo: primero murió Nixon, luego la heroína del diario, su propietaria, Katharine Graham.

Y, en la semana, también desapareció la figura principal de la famosa película pornográfica: Linda Lovelace, cuyo nombre real era Linda Boreman. Murió el lunes pasado, víctima de las heridas sufridas en un accidente del tránsito en Denver. Tenía 53 años.

Linda, pese a las apariencias, nunca se sintió a gusto con Garganta Profunda. Al contrario, Eric Danville, autor de su biografía, asegura que la única vez que ella vio completa la película fue hace menos de un año. “No le veo la gracia”, habría comentado.

Lo que pasó es que ella –según dijo mucho después- actuó obligada por su primer marido. Por eso, cuando pudo, huyó de su hogar, tal como contó en 1980 en su relato autobiográfico “Ordeal” (prueba, odisea). En esta obra, según el informe de la agencia Reuters, ella declara haber sido “una prisionero de la industria pornográfica, obligada a realizar obscenos actos sexuales, a veces a punta de pistola, por un marido sádico y abusador”.

Mientras su ex marido negaba las acusaciones, ella se convirtió en una figura emblemática del movimiento feminista norteamericano. Pero, sobre todo, fue una luchadora contra la pornografía y sus peligros. En esos años entregó su testimonio en el Congreso de los Estados Unidos, ante los tribunales y también en diversos consejos municipios. Posteriormente continuó dando conferencias en universidades y colleges.

Pero la suya no fue una historia feliz. Pese a los 600 millones de dólares que generó la película, ella cobró muy poco. Dos intentos de nuevas producciones no tuvieron acogia en el público. Y posteriormente, cuando ya se había retirado, los implantes de silicona le produjeron problemas. Su segundo matrimonio tampoco prosperó. Y, finalmente, un accidente sufrido el 3 de abril, le costó la vida menos de dos semanas después.

Como dijo un conocido autor, fue un “triste y solitario final”.

Publicado en el diario El Sur de Concepción el 25 de abril de 2002