La globalización del idioma

El aeropuerto Charles de Gaulle de París tuvo que entregar -literalmente- la oreja... y también la lengua. Air France, que lo utiliza como base de operaciones, dispuso que los pilotos sólo pueden comunicarse con la torre e control en inglés, olvidando su francés materno. Se trata, como señaló The Wall Street Journal, de “lo impensable”.

La razón es, por supuesto, la seguridad aérea. Con más de mil encuentros demasiado cercanos en todo el mundo, cada año, el uso del francés en el principal aeropuerto galo implicaba un riesgo evidente.

Aunque las comunicaciones con la torre de control se realizaban sin problemas, las conversaciones en francés significaba una eventual distracción en momentos críticos al aterrizar o despegar. La tradicional compañía francesa ha convertido su “hub” en Charles de Gaulle en su principal centro de operaciones. Ello implica una congestión cada vez mayor, a fin de asegurar el máximo de conexiones tanto para los vuelos de corto como de largo alcance. De ahí, probablemente, ya que no ha habido mayores explicaciones, la decisión de sacrificar el uso del francés.

No fue un paso fácil. No todos los pilotos están de acuerdo. Han hecho presente que la ley protege el idioma y pone énfasis en su empleo. Y no sólo ocurre en Francia. Los canadienses de Quebec tienen también disposiciones legales para impedir que su lengua pierda terreno ante los avances del inglés.

Pero....

Lo que acaba de ocurrir en el aeropuerto de París es sintomático de la realidad del mundo globalizado cuyo idioma universal parece ser el inglés. Hace medio siglo, al final de la Segunda Guerra Mundial, la amenaza se veía venir, pero todavía se soñaba con el Esperanto u otro idioma artificial como puente para intercomunicar al mundo sin que cada país o región perdiera su identidad. Después del satélite, la CNN y el Internet, tanto esfuerzo parece cosa de un pasado irrepetible.

El tema es otro: mientras nos comunicamos más allá de nuestras fronteras en inglés -bien o mal chapurreado- cabe preguntarse qué pasa aquí con nuestro propio idioma.

No es efecto de la globalización -hace dos generaciones las canciones eran en inglés con cantantes chilenos con nombres ad-hoc, lo que hoy no ocurre- pero sí de la excesiva simplificación en el hablar. En una conferencia reciente, el filósofo Jorge Eduardo Riveros planteó en la Universidad Diego Portales, junto con varias consideraciones de alto vuelo, bellamente expresadas, su inquietud por la mala calidad de la redacción de los estudiantes y su pobre manera de hablar.

Según él, y hay muchos profesores de gran nivel -Juan Gómez Millas, Jorge Millas, entre los ya fallecidos y por cierto Guillermo Blanco entre los actuales- que han quebrado lanzas en defensa del castellano. Guillermo Blanco, en su pequeña obra maestra “El Joder y la Gloria”, machaca con tenacidad ante el abuso del “ueón” como el único verbo-adjetivo-sustantivo que parecen conocer las actuales generaciones.

La resignada decisión de Air France solo confirma una realidad insoslayable. Para defender el idioma, igual que para muchas cosas, no basta con la ley. No conviene, siquiera. La realidad misma, como habría dicho el Papa, “es más fuerte”. Y la única manera de darle oxígeno a este moribundo es mediante un esfuerzo consciente y concertado de la sociedad y de cada uno de sus integrantes, no simplemente con disposiciones que pueden nacer ...y morir, en el Diario Oficial.

Publicado en El Sur el 25 de marzo de 2000