En busca de la fórmula perfecta

El proceso electoral norteamericano se caracteriza por tener sus propio ritos. Como en toda democracia, el momento culminante es aquel en el cual los ciudadanos depositan su voto en las urnas –es un decir, porque muchos lo hacen mediante máquinas- pero, hasta llegar a ese instante, el recorrido está lleno de particularidades. Una de ellas es la gran fiesta de cada partido: las convenciones nacionales. Hay, sin embargo, otros aspectos exóticos como el sistema electoral mismo, auténtica reliquia del pasado. En rigor, el proceso solo termina en enero, cuando se cuentan los votos del Colegio Electoral y se proclama al vencedor.

Ahora, lo que viene son las convenciones partidistas: exuberantes celebraciones masivas, a medio camino entre la asamblea política tradicional y el carnaval circense. A fines de julio se reunirán los demócratas en Boston y un mes después, en Nueva York, los republicanos.

Sin suspenso respecto de los presidenciables –George W.Bush y John F. Kerry-, la atención se centra hoy en la nominación de los aspirantes a la Vicepresidencia. Esta es una facultad del propio candidato y es parte, también, de las originalidades del sistema norteamericano. De un buen candidato vicepresidencial se espera que aporte votos por la vía de los equilibrios. A un Presidente del norte le interesa tradicionalmente un acompañante del sur; a uno del este, uno del oeste. Pero ahora, como reflejo de los enormes cambios sociales, es lógico que se busque con otros criterios. Se podría pensar en un hombre y una mujer, un blanco y un negro o un norteamericano anglosajón y un hispano. Después de todo, el papel del Vicepresidente no tiene mucho espacio propio. La historia dice que se espera que, como los scouts, esté siempre listo para acceder al trono en caso de fallecimiento del titular.... pero todo el mundo confía en que nunca sea necesario que lo haga.

Aparte de presidir el Senado y cumplir funciones decorativas -¿alguien recuerda el paso por Chile de Dan Quayle, segundo de Bush padre?- el cargo de Vicepresidente de Estados Unidos suele ser el trampolín para el puesto principal en la Casa Blanca. Así ocurrió con Nixon, pero en diferido: en 1960 fue derrotado por Kennedy. Solo ocho años más tarde logró el triunfo.

La convención demócrata este año girará en torno a un candidato, Kerry; un adversario, Bush, y un clan: Bill y Hillary Clinton. El primero tendrá un papel central en la inauguración del encuentro. Con la publicación de sus memorias se puso en primera fila en el tapete noticioso. Pero su esposa, la senadora por Nueva York, puede ser una carta decisiva a la hora de designar al candidato a la Vicepresidencia. No es un secreto que quiere volver a la Casa Blanca por la puerta ancha. Pero, aunque solo ha habido una aspirante (Geraldine Ferraro, que acompañó en la derrota a Walter Mondale en 1984, cuando ganó Ronald Reagan), las señales son de que la señora Clinton no limita sus pretensiones y quiere el cargo principal: la Presidencia.

¿Será la Vicepresidencia el camino para lograrlo?

Esa es la pregunta que deben contestar los demócratas en las próximas semanas. Pero –claro- la última palabra la tendrá John Kerry.

Publicado en el diario El Sur de Concepción y La Prensa Austral de Punta Arenas en Julio de 2004

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