Decir “No” al periodista

Esto ocurrió en un colegio de Santiago. Como ha sucedido antes y seguirá sucediento desgraciadamente, en una tarde libre, dos niños se pusieron a jugar con el revolver del papá de uno de ellos. Lamentable, aunque predecible resultado: el visitante murió de un balazo.

La situación, penosa, empeoró en el colegio de los chicos cuando llegaron los periodistas. ¿Su misión? Informar, ampliar la noticia, explicar una dolorosa tragedia. ¿Fuentes? Las que estuvieran dispuestas a hablar.

¿Resultado? Un nuevo drama, que culminó con mutuas recriminaciones entre padres y apoderados cuando vieron, en las noticias, que el drama pasaba a ser un espectáculo, con “buenos” y “malos” como en las viejas películas de la matiné dominical de los años 50.

¿Reacción? “Todos los periodistas son unos buitres sin alma”, “no tienen respeto por nadie” ni consideración alguna. Consecuencia: nunca más abrirles la puerta, en ninguna circunstancia.

El caso lo conocimos, con otros profesores de la Universidad Diego Portales, como parte de la tarea de formar profesores para el programa Prensa y Educación que, en poco más de una década, ha facilitado el uso del diario en los colegios, lo que los expertos llaman “la apropiación educativa” de los medios escritos. Fue necesario, entonces, explicar a los profesores algo que ellos ignoraban y que muchas personas desconocen: los derechos de las fuentes, de quienes son requeridos para que informen u opinen. Una investigación realizada en Brasil por el Instituto Gutenberg reveló la “insatisfacción de las personas que hacen y proporcionan noticias”.

El tema partió por un caso puntual, parecido al narrado aquí y a los que se ven frecuentemente en las pantallas de la televisión. Pero tenía un origen anterior: un decálogo elaborado en Estados Unidos por el Centro Nacional de Víctimas de la Prensa, que resume los derechos de las fuentes, comenzando por el derecho “a negarse a conceder entrevistas y si las aceptan, escoger la hora y el lugar de la misma, sin ser molestada en la calle; designar un portavoz y no ser fotografiada”.

El punto es tratado en detalle en un nuevo libro del periodista Emilio Filippi: “Manual de Etica Profesional”, que ya está en circulación y que será oficialmente presentado en la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales el próximo martes.

No es el primer libro de Filippi. Tampoco es el primero sobre el tema. Pero es probablemente uno de los más completos, pese a no ser muy extenso (182 páginas formato revista). Y una de sus originalidades consiste en haber sumado a los aspectos tradicionales pero siempre vigentes de las obligaciones éticas de los periodistas y comunicadores, este repaso a los poco conocidos derechos de quienes están al otro lado de las barricadas, quien son público y también parte de las noticias.

Se trata, en el fondo, de plantear como válida, para todos los ámbitos de la sociedad, el concepto de profesión que dice que es “la aplicación racional y ordenadora de la actividad del hombre en el conseguimiento de cualesquiera de los fines inmediatos y fundamentales de la vida humana”.

Es decir, más que un concepto limitado de la ética, de lo que se trata es una visión amplia, ordenadora de la vida en sociedad, en la cual junto con el ejercicio de algunos derechos fundamentales, como es el de la información, se pide también una alta cuota de responsabilidad.