Los fantasmas de la Casa Blanca

En enero del año pasado, cuando inició su gobierno, George W. Bush se enfrentaba a una opinión pública poco dispuesta en su favor. Las dudas sobre el resultado electoral, hasta ahora no disipadas del todo, se sumaron a una pobre imagen, según la cual se le atribuía el éxito político al hecho de ser el ''hijo de su papá''. Era evidente, también, que carecía de toda experiencia internacional.

Esta semana, al momento de entregar al Congreso su primer Mensaje sobre el Estado de la Nación, Bush gozaba de la aprobación de más del 80 por ciento de sus conciudadanos. Era inevitable que este respaldo se reflejara en su discurso: ''Mientras nos reunimos hoy, nuestra nación está en guerra, nuestra economía está en recesión y el mundo civilizado se enfrenta a peligros sin precedentes. Y aún así, el estado de nuestra Unión nunca ha sido más fuerte''.

Nunca antes un presidente norteamericano tuvo tan masivo respaldo. El Congreso, pese a la fuerte presencia demócrata, lo ha apoyado sin reticencias desde el 11 de septiembre. Durante la transmisión ''en vivo y en directo'' del mensaje, prácticamente cada frase suya fue recibida con vítores y aplausos por una concurrencia eufórica. Los críticos -que los hubo- apenas se notaron.

Pese a tanto entusiasmo, George W. Bush puede estar al borde de una abrupta caída.

En Estados Unidos, por lo menos desde los tiempos de Lincoln, los supersticiosos creen que hay una maldición contra los ocupantes de la Casa Blanca. Comentaristas modernos recuerdan que desde John Kennedy nadie parece dormir tranquilo allí: Richard Nixon tuvo que renunciar; Gerald Ford y Jimmy Carter fueron de paso efímero; a Ronald Reagan lo bautizaron el ''Presidente teflón'' porque los escándalos le resbalaban... y no hablemos de Bill Clinton cuyo gobierno quedó teñido por su impresentable conducta personal. Cuando no se trata de problemas del propio Jefe del Estado, se los crean sus consejeros y asesores inmediatos o la familia. Carter debió lidiar con su hermano Billy, y la familia Bush contra las historias acerca de los excesos de bebida de algunos de sus miembros.

Nada, sin embargo, ha resultado tan problemático para Bush junior como el comienzo de 2002. Su futuro se ensombreció de pronto ante la crisis de la empresa Enron, paradigma de la Nueva Economía, cuyo derrumbe demostró que los controles éticos siguen siendo necesarios en este milenio. No sólo eso: la cercanía de Bush y de otros altos dignatarios, como el vicepresidente Dick Cheney, con la empresa, ya está recordando casos anteriores. Entonces no se cuestionó tanto la conducta presidencial como la mentira y el engaño.

En Watergate el papel destacado correspondió a los periodistas de ''The Washington Post''. En el caso Lewinsky, Clinton se vio acorralado por el fiscal Kenneth Starr. Aquí el hombre clave es el contralor Michael Walker, un independiente muy cercano a los republicanos que ha dicho que no está contento con su papel -llevar a la justicia al gobierno para que revele el detalle de sus conversaciones con Enron- pero que ''tengo un trabajo que hacer y es mi deber hacerlo''.

Esta historia está recién empezando.

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Publicado en el diario El Sur de Concepción el sábado 2 de Febrero de 2002