Experiencia personal: reflexiones en la cola para votar

Como periodista he escrito muchas veces acerca del heroísmo de los votantes. Empujados por el fervor cívico, he descrito largas colas en las elecciones que llevaron a Nelson Mandela al poder en Sudáfrica, o, en Chile, a los electores anónimos que viajan desafiando la lluvia en los canales del sur o el sol implacable en el desierto nortino o, simplemente, aguantan largas horas de espera para poder sufragar. Es, claramente. un signo de confianza democrática, que ni las peores actuaciones de algunos políticos han destruido.

Nunca, sin embargo, hasta este domingo, había vivido en carne propia la experiencia de ser uno de estos héroes cantados tan ocasionalmente y luego olvidados. En uno de los recintos de la comuna de La Cisterna, mi mesa –“una mesa de ancianos, que se demoran 20 minutos en cada votante”, exageró su presidente a media tarde cuanto el tiempo y los votantes pasaban lentos-, la votación se retrasó en exceso. Según mi experiencia, que debe haber sido similar a otros 200 inscritos en la misma mesa, la espera llegó a casi cuatro horas.

¿Razones?

Al parecer hubo varias:

  • Por ser de las más antiguas, hay un número considerable de varones de la tercera edad, que efectivamente se manejan con menos destreza que los votantes más jóvenes. A las cinco de la tarde muchas mesas cercanas ya estaban en el recuento cuando en la mía todavía quedaban más de 50 ciudadanos a la espera.
  • Fusión con otra mesa. Ya en las elecciones municipales se hizo algo parecido y el resultado, aunque no fue óptimo, tampoco fue desastroso. Esta vez mi mesa se fusionó con una tercera.
  • Tardía constitución. En su alegato-desahogo, a eso de las 4 de la tarde, el presidente explicó que una semana antes él había sido el único vocal presente. El día de la elección llegaron dos más y hubo que “enganchar” un cuarto. ¿Resultado? Poco entusiasmo y, sobre todo, falta de experiencia.
  • Igual que en la mitad del país, el hecho de que se usaran tres cédulas diferentes naturalmente hizo más complicada la situación.

¿Soluciones?

  • Revisar el número de votantes por mesa.
  • Revisar el sistema de vocales. Alguna vez se propuso asignarles un pequeño viático, que seguramente haría más aceptable el sacrificio, por muy elogiosas que sean las palabras finales del gobierno al terminar el proceso.
  • Aceptar voluntarios. Entiendo que la idea se ha rechazado ante el temor de que puedan tratar de alterar los resultados. Creo que los propios electores son los mejores guardianes de sus derechos. Si no, recuerden lo que ha pasado cada vez que alguien trata de avivarse.

El actual sistema es parte de una tradición que nos llena de orgullo. Pero es evidente que está haciendo agua.

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