En Gaza nadie escucha.

En mayo se cumplen 60 años desde la proclamación del Estado de Israel. Tras la llamada “partición de Palestina”, el 14 de mayo de 1948 los dirigentes sionistas anunciaron el nacimiento de la nueva nación: “Este derecho es el derecho natural del pueblo judío de ser dueño de su propio destino”, afirmaron.

Seis décadas después, algunos comentaristas han señalado la paradoja: de que este mismo país, entre cuyos fundadores había sobrevivientes de los campos de exterminio del nazismo, se oponga a la existencia de otro Estado. En un comentario publicado en el diario La Nación, el pasado viernes, Leila Gebrim sostiene: “Lo que más me duele e indigna es que un pueblo que vivió y sufrió como el judío, permita que, en su nombre, sus líderes cometan las mismas atrocidades que los nazis cometieron sobre ellos. El mundo creó la diáspora palestina para redimirse de la diáspora judía. Ahora calla para redimirse del Holocausto. Los líderes de Israel hacen a su pueblo cómplice de sus atrocidades”.

Duras palabras, sin duda, pero que reflejan el rechazo generalizado ante lo que ha estado ocurriendo en Gaza y que tuvo un inesperado estallido en los últimos días.

Esta encrucijada es como el dilema del poeta herido: si le dejan el puñal, lo matan, si se lo quitan, se muere. A comienzos de 2006 la autoridad nacional palestina perdió el control de Gaza. La Franja quedó en manos del movimiento extremista Hamas. La reacción de Israel fue bloquear la frontera, anticipándose a eventuales acciones terroristas. Hoy, un muro de 40 kilómetros ha convertido a Gaza en lo que Time llamó “sin exagerar demasiado, la cárcel más grande del mundo”. En las últimas semanas, Israel mantuvo casi totalmente cerrada la única “puerta” entre los dos estados que permite la conexión de Gaza con el resto del territorio palestino.

Igual que la caída de las fichas de dominó, cada nuevo hecho tiene nuevas consecuencias. Israel acusó a Hamas de disparar cohetes contra los asentamientos judíos. Como resultado, la Franja se convirtió en la práctica en un gigantesco campo de concentración de un millón y medio de personas. La ficha siguiente cayó el miércoles 23 de enero: el malestar acumulado provocó que un grupo actuara por la fuerza. Derribaron parte del muro en la frontera con Egipto. Luego vino la avalancha humana: 50 mil personas en un solo día. Rafah, el poblado egipcio más cercano, se repletó de compradores. “No sólo de pan vive el hombre”, dice Evangelio. Pero, a juzgar por lo que se vio en esta bíblica región, el hombre, además de alimentos, necesita otras cosas.

El corresponsal de la BBC dijo haber visto “motocicletas como para organizar un campeonato mundial… Tabaco como para enfermar de cáncer a todo Medio Oriente, cemento como para levantar una nueva Torre de Babel y combustible como para calentar o quemar todo el territorio”. No mencionó el rubro de las bebidas cola, pero también debe haber figurado en la lista de compras: la planta de Gaza de la Pepsi está cerrada por falta de materias primas y la Coca Cola no llega porque se elabora en el otro sector palestino.

El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas pidió a Israel levantar el bloqueo y condenó como “graves violaciones” las medidas. Pero el Primer ministro, Ehud Olmert sostuvo que Israel “no permitirá que los residentes de Gaza vivan normalmente mientras que Israel sufre los ataques con misiles desde la Franja de Gaza”.

Por ahora, parece que nadie escucha.

25 de enero de 2008

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