El otro precio del petróleo

Al final, la enorme torre P 36, instalada en el sector de Roncador, en el Atlántico sur, se hundió en poco más de media hora pese a los esfuerzos por salvarla. Con ella, los brasileños perdieron una importante batalla en materia energética, aunque no la guerra: las autoridades siguen confiando en lograr el autoabastecimiento de petróleo en el 2005, pero los temores de ecologistas de todo el mundo han recibido un contundente refuerzo.

La preocupación de estos grupos es que una plataforma como la que ahora yace a 1.360 metros de profundidad, cuya altura equivalía a un edificio de 40 pisos, tarde o temprano iba a provocar una catástrofe. Las autoridades brasileñas, atenazadas por la carencia de fuentes de petróleo en su territorio y el alza creciente de los precios, sumado todo ello al consumo cada vez mayor, justifican y siguen justificando inversiones que en el caso de la P 36 llegaron a 500 millones de dólares. Aunque la investigación sobre la causa exacta de la explosión que terminó con la existencia de la plataforma tardará todavía algunas semanas y los trabajadores de Petrobrás han manifestado su desconfianza sobre la seriedad de los resultados, la empresa está decidida a seguir adelante. Al expresar su apoyo, el presidente Fernando Henrique Cardoso comparó lo sucedido con la catástrofe del Challenger, la nave norteamericana cuya pérdida ''no impidió la continuación de la exploración del espacio''.

Petrobrás, que ha tenido otros accidentes anteriores, incluyendo uno en 1984 que costó 37 vidas, reiteró que se habían tomado todas las medidas para impedir derrames y accidentes. Fincantieri, la empresa italiana con dos siglos de experiencia que fabricó la plataforma en 1995, sostuvo que respondía ''a todos los requisitos establecidos por las más severas normas internacionales''.

Es lo mismo que vienen diciendo generaciones de ingenieros, ricos empresarios o poderosos burócratas estatales, desde antes del Titanic y después de los problemas generados por la nave petrolera Exxon Valdés en Alaska o la explosión del reactor soviético de Chernobil. Sin embargo, una y otra vez esas certezas han sido barridas por la fuerza de los elementos o la irresponsabilidad de los encargados. Alaska, Chernobil en escala planetaria, y otros accidentes menores en dimensión más reducida, demuestran que la soberbia humana suele ser mala consejera.

Personalmente pertenezco a una generación que desconfía de los grupos ultra-militantes: feministas, gay, ecologistas, vegetarianos o físico-culturistas. Pero también entiendo que en cada uno de estos grupos hay una dosis de verdad que no podemos desconocer. No es del caso entrar en el detalle de cada uno de ellos, pero es evidente que, con la catástrofe de Brasil y la bomba de tiempo que se llevó la plataforma P 36 con sus estanques repletos de combustible a las profundidades del océano, la causa ambientalista ha recibido un contundente refuerzo.

La lección es la misma de siempre, sólo que ahora se ha hecho más angustiosa: la tierra es el único mundo posible para sus más de seis mil millones de habitantes.

Debemos cuidarla.

Publicado en El Sur de Concepción. Sábado 24 de marzo de 2001