El drama sigue

¡Pobre Elián González!

Recién cumplió seis años y ahora le han caído encima los últimos ladrillos del Muro que simbolizó por décadas el gran abismo de la Guerra Fría.

Elián, el pequeño balsero, sobreviviente del trágico intento de huida de Cuba de su madre y un grupo anticastrista, no sólo ha vivido varias vidas en este último año: al decidir finalmente el Servicio de Inmigración norteamericano que lo que correspondía era devolverlo a su padre, en La Habana, desató la última batalla del último vestigio de la Guerra Fría. En estos primeros días del 2000, los encolerizados cubanos de Miami, con el apoyo de la comunidad más conservadora de Estados Unidos, han salido a la calle a fin de impedir que se cumpla la orden de regresar al niño al lado de su padre.

Zoe Valdés, vocera de estos grupos, recordó en una columna de “El Nuevo Herald”, que “el Presidente Clinton declara que no desea la politización del caso. Más politizado de lo que está no podemos encontrarlo…”

Esta es la terrible verdad: Elián, más que sobreviviente del Caribe, es un auténtico sobreviviente de otro tiempo, de otros conflictos que no solo él, sino varias generaciones ya dejaron atrás. Porque, sin dejar de lado la profunda diferencia en materia política y sobre todo en el tratamiento de los derechos humanos que separa a Cuba de la mayor parte de la comunidad internacional, pudo operar ahí el mismo acercamiento que en otros lugares del planeta. Sin renunciar a sus discrepancias -sobre todo luego que el Papa visitó la isla y se han abierto canales comerciales y muy especialmente turísticos con Europa, Canadá y América Latina- Estados Unidos y Cuba pudieron tener un puente sobre el estrecho de la Florida. Pero, indefectiblemente, cada vez que ese acercamiento empieza a hacerse más intenso, ocurre algo que rompe la tendencia.

Fidel Castro, como Mao Tse-tung en las décadas de los 50 y los 60, parece necesitar de la revolución permanente y provoca movilizaciones que reavivan las llamas del conflicto. Ocurrió, como recordábamos hace unas semanas, con el derribamiento de las avionetas de los Hermanos al Rescate y en diversas otras oportunidades. Pero también la comunidad cubana en Miami y los sectores políticos que la apoyan, hacen lo suyo. El resultado: como dijo Zoe Valdés, el caso del “balserito” rescatado del mar y de los tiburones, se “ha politizado”.

Da la impresión de que todos los que hablan por Elián, lo hacen desde una tribuna donde no alcanzan a ver el drama del niño que dicen defender.

Los anticastristas acusan al régimen cubano de los peores crímenes y de esconder sus verdaderas intenciones al pedir el regreso del niño, al cual seguramente “darán un trato privilegiado” que –predicen- terminará en tragedia el día en que termine encarando a su padre por todo esto.

Por el otro lado, sería ingenuo creer que la motivación de Fidel Castro no es principalmente política. Hay un problema de orgullo nacionalista que le ha permitido desplegar banderas, organizar manifestaciones masivas en las calles de La Habana y manejar el tema de las relaciones con Estados Unidos desde una ventajosa posición .

Elián, en cambio, sigue siendo un niño confundido, arrastrado en un torbellino de pasiones y temores, que difícilmente puede comprender todo este revuelo y que seguramente quedará marcado de por vida, tanto si vuelve a Cuba como si se queda en Estados Unidos.

Vivirá tensionado por una historia que supera las más violentas fantasías del cine o la televisión, desgarrado además entre la breve temporada con sus abuelos en Miami, y la vida permanente –y muy distinta, por cierto- con su padre en La Habana.