La prensa: de nuevo en el banquillo.

El plazo fatal es el 18 de diciembre, fecha en que deben reunirse en los 50 estados y en Washington los representantes que elegirán al nuevo Presidente norteamericano. Incluso esa fecha no implica que obligatoriamente haya sido resuelto el problema que se presentó en el Estado de Florida. Según se ha recordado en medio del fragor y el desconcierto de los últimos días, lo que prescribe el mandato constitucional es que haya “una mayoría” a favor de un candidato. Eso significaría que si no se ha terminado el recuento o si prosperan los reclamos en Palm Beach (donde los electores dicen haberse confundido), Al Gore podría resultar ganador.

Pero un triunfo tan precario es justamente lo que nadie quiere. A la hora de los recuerdos se ha citado profusamente la decisión de Richard Nixon de no impugnar algunos votos dudosos en 1960 y reconocer rápidamente el triunfo de John Kennedy para no poner en riesgo el sistema democráticos norteamericano.

Esta vez, sin embargo, el riesgo lo puso el propio sistema, concebido para una sociedad eminentemente rural de ritmo más lento y sin la presión de los medios de comunicación on-line. Porque esta vez, entre los damnificados, aparte de quien resulte derrotado y de las dudas que se plantean en torno al sistema electoral, debe incluirse también a la prensa.

En los últimos días, mientras se contaban y recontaban los votos, los medios informativos de todo el mundo, pero sobre todo de Estados Unidos, se dieron una fiesta haciendo lo que mejor saben hacer: descalificarse mutuamente. Para los medios escritos, el tema fue la torpeza de la televisión, que dio prematuramente por ganador a Gore en Florida, temprano en la noche del martes, y arrastró a las tres grandes cadenas nacionales norteamericanas. Para la TV -y para otros medios escritos- el festín lo proporcionaron los diarios que en sus primeras ediciones del miércoles proclamaron la victoria de Bush.

La carrera por adelantarse a la competencias -el “falso imperativo de la rapidez”, lo llama Juan Antonio Giner- llevó al desastre a la TV, primero, y luego a los diarios, sin olvidar que el propio Al Gore, en su papel de candidato, debió retractarse de sus primeras felicitaciones a George W. Bush.

Pero, sin duda, ha sido la televisión el medio más cuestionado.

Pocos días antes de la elección, en plena campaña, el periodista Frank Rich, de The New York Times puso en el tapete un término nuevo: la mediatón o “maratón medial”. Con esta palabra se quiere describir esas largas jornadas en que la televisión convierte una noticia (importante o no) en un hecho trascendental del cual nadie puede escapar.

En Chile los ejemplos de cómo llenar espacio en pantalla sin tener nada que decir van desde lo ocurrido durante los temporales de este invierno a las horas muertas entre la constitución de las mesas electorales y el cierre, tiempo dedicado a la anécdota transformada en hazaña periodística.

Tarde o temprao, el lío de los electores terminará en Estados Unidos. Habrá un nuevo Presidente y se iniciará el proceso de reforma del sistema. Pero nadie puede asegurar si ocurrirá lo mismo con la banalización informativa convertida en ley suprema del periodismo

10 de noviembre de 2000