Editorial:

¡Delincuentes!

Santiago,  17 de Junio de 2007

Delincuente. (Del ant. part. act. de delinquir; lat. delinquens, -entis).
1. adj. Que delinque. U. m. c. s.
Delinquir. (Del lat. delinquere).
1. intr. Cometer delito.
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Los amigos y admiradores de un oficial de Ejército, condenado por un crimen de lesa humanidad y prófugo, se molestan porque ha sido calificado de delincuente. Un jugador de fútbol, castigado por sus dichos racistas, se queja de que no puede entrar a un estadio: “No soy un delincuente”, dice.

Hasta cierto punto el futbolista Arturo Sanhueza tiene razón. Lo suyo difícilmente se podría comparar a los crímenes por los que se condenó al general (R) Raúl Iturriaga. Pero es una falta gravísima que, por desgracia, se extiende por el mundo, pese a que se la creía superada tras las aberraciones que dejó al descubierto la Segunda Guerra Mundial. Como esa mala hierba que nunca muerte, el racismo y la xenofobia nos obligan, de tiempo en tiempo, a revisar conductas y castigar severamente cualquier rebrote. Es de esperar que, en el futuro, este futbolista que trató al director técnico del club de la Universidad Católica de “peruano muerto de hambre”, lo piense mejor. Y, sobre todo, que su castigo haga reflexionar a quienes, con ligereza, lo han apoyado.

Lo del general (r) es distinto. Lo resumió notablemente en su comentario de este domingo el profesor Carlos Peña:

Iturriaga Neumann formó parte de la DINA; tuvo de informante a Townley; participó, según un tribunal italiano, del atentado a Leighton; salió del ejército envuelto en el escándalo de la Cutufa; hay sospechas de que tuvo injerencia en el asesinato de Prats, y luego de un largo proceso acaba de ser condenado por el secuestro de un mirista en los años en que formaba parte de la Brigada Purén. Y después de todo eso, y de mediar una sentencia que tardó años, pretende que lo consideremos un desobediente civil y que prestemos oído a esa declaración suya que, con dos o tres palabras apenas pronunciadas, tilda de inconstitucional, indebida y antijurídica su condena”.

No solo eso. A pesar de tan graves cargos y de que por lo menos ya ha sido condenado una vez, hay quienes pretenden limpiar su imagen retratándolo como un caballero, un líder o un buen amigo.

El “mal de Chile” es, según parece, este renacimiento de un defecto viejo como el Evangelio: solo ven la paja en el ojo ajeno. No quieren ver la viga que tienen en el propio. Son sordos que no quieren oír, ciegos que no quieren ver.... insensibles que no quieren saber de los sufrimientos y dolores, de las torturas y muertes de cientos y miles de compatriotas.

Son, aunque no quieran reconocerlo y no les guste a sus amigos, iguales a los malhechores clásicos. Solo que estos tenían apodos rimbombantes como “El Alma Negra” o “El Diablo”. Tampoco tienen distancia de quienes hoy prefieren re-bautizarse según sus ídolos del deporte o la tele: “El Burro”, "El Cholo”, “El Bam-Bam”, “El Negro”, “Quenque Loco”, “El vampiro”, “El Turco” o “El Flaco”. De pequeña o gran monta, para todos la Academia utiliza el mismo término.

Es bueno que, en medio de tanto eufemismo, nos acostumbremos a llamar las cosas por su nombre. Y, por cierto, llamar delincuentes a los criminales.

Abraham Santibáñez

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