Editorial:

Las extrañas alianzas opositoras

Santiago, domingo 11 de Marzo de 2007

En el primer aniversario del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet han abundado los balances sobre lo que se ha hecho y lo que faltó, sobre “lo bueno, lo malo y lo feo”, como está de moda decir últimamente. Ha habido, también, algunos comentarios acerca del papel de la oposición, especialmente la de derecha. Pero han sido pocos.

Hasta cierto punto es natural. Es el gobierno el que debe responder por sus logros y sus insuficiencias. Pero si la oposición realmente quiere llegar a La Moneda, debería preocuparse seriamente de la imagen que proyecta. No es solamente una cuestión de percepciones. La mayoría de las encuestas dice que, mientras el gobierno sufre altibajos y la popularidad de la Presidenta va por un lado y la de los partidos de la Concertación por otro, la Alianza por Chile sigue estancada.

Hay muchas razones, pero las dos más evidentes son: 1) la falta de liderazgo (la misma que tan duramente le critican a Michelle Bachelet, repitiendo el cuento de la paja en el ojo ajeno) y 2) el negativo estilo de la crítica opositora, que genera más odiosidad que adhesión.

Respecto del liderazgo, ya se sabe que es la maldición que la derecha arrastra desde el siglo pasado. Jorge Alessandri fue su último Presidente y no era precisamente un modelo ejemplar de vida partidaria. Desde entonces, los mejores resultados de los sectores que hoy están en la oposición los obtuvieron acercándose o haciéndose cómplices de la dictadura. Por eso sus críticas –y eso se enlaza con la segunda observación- convencen poco.

Tienen razón cuando acusan a los dirigentes políticos de la Concertación de no conocer de cerca el calvario de quienes viven en poblaciones y usaban las viejas micros amarillas. Pero el ejemplo de vida que ofrecen no es mejor. Y, como si fuera poco, la vehemencia hace que su mensaje se torne con frecuencia incoherente. Así, por ejemplo, en el Transantiago, que ha sido su bandera de lucha en este verano, partieron descargando toda su ira contra el gobierno, pero olvidaron que había empresas privadas en el negocio. Cuando las autoridades empezaron a poner mano dura, la primera reacción fue que el cobro de multas podía llevar a la quiebra a los concesionarios. Y entonces, cuando se piden herramientas para garantizar la mantención del servicio, incluso en ese caso, el inefable presidente de Renovación Nacional esgrime los fantasmas de la Unidad Popular.

¡Palos porque bogas....!

Esta debilidad opositora no debe hacer olvidar, sin embargo, lo que parece más grave: la permanente falta de compromiso de algunos privados, especialmente Manuel Navarrete, con la construcción del bien común. Como lo hacía –ya en democracia- el capitán general, estirar la cuerda al máximo, pero se cuida de no traspasar el límite de lo legal. Con exasperante precisión, lo que habla bien de sus asesores, igual que los de Pinochet, “arrastra el poncho”, pero no va más allá de lo estrictamente permitido.

Si de hacer el balance del primer año de gobierno se trata, hay que decir que ha sido un gobierno que podría haber hecho mucho más si no fuera por la confabulación de larraínes y navarretes, de quienes están más preocupados de sus ganancias que de la gran empresa que es nuestra patria. Y eso no es culpa del gobierno ni de Michelle Bachelet.

Abraham Santibáñez

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