Editorial:

La campaña que nos espera

Santiago, 12 de Diciembre de 2005

Para Jon Lee Anderson, un periodista norteamericano de vasta experiencia en América Latina y, actualmente, en Irak, la noche del domingo le mostró que Chile es un país de pasiones controladas. Todo el mundo se felicitaba, dijo, no hubo palabras grandielocuentes, como “victoria” o “derrota”. Este civilizado comportamiento nuestro lo explica él mismo como parte de nuestra idiosincrasia y, también, de las duras experiencias de años recientes. Anderson fue uno de los últimos periodistas que entrevistó a Augusto Pinochet antes de su detención en Londres y ha estado un par de veces en Chile. Tal como explicó en la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales, para hacer un perfil de un personaje, usualmente entrevista a 40 o 50 personas. Es seguro, en consecuencia, que al tratar de entender a Pinochet como entrevistado, también se empapara de la realidad chilena.

Los del domingo, sin embargo, serán probablemente los últimos abrazos en público de los contendores a la Presidencia. Sin que se cambie el carácter chileno, es obvio que la primera vuelta fue, apenas, un ensayo general para la gran batalla, la del 15 de enero. Esta vez, como ya quedó en claro desde la noche misma del recuento de votos, habrá menos guante blanco: para los dos candidatos, la tarea es parecida: sumar votos sin que se les arranquen los que ya tienen.

El caso de Sebastián Piñera es sin duda el más difícil. Como hemos reiterado en comentarios anteriores, la estrategia de diferenciarse del “lavinismo” dio buenos frutos, pero no está claro si el precio valió o no la pena. Aunque no fue todo lo fina que uno esperaría de una dama de su posición, la alcaldesa de Concepción lo resumió de manera nada poética: “Ni cagando”, dijo, votaría por Piñera.... Más tarde se corrigió, no en cuanto al vocabulario empleado sino al ámbito íntimo en que lo habría usado. Recurriendo a una metáfora similar a la de Augusto Pinochet cuando perdió el plebiscito (Barrabás fue favorecido por el voto popular), Hermógenes Pérez de Arce quería, como Jesús, que Dios padre le apartara “este cáliz”: la necesidad de votar por Piñera y también recapacitó.

Pero si estos insignes pensadores han repensado su posición, no es seguro que todo el lavinismo haga lo mismo. Esa será la tarea de las próximas semanas por el lado derecho, mientras que por el izquierdo el propio candidato Sebastián Piñera va a insistir en cosechar en los campos de la democracia cristiana, única posibilidad real de obtener el triunfo. Esto significa que habrá que prepararse para una ofensiva comunicacional “con todo”: ya dijo que la campaña de la primera vuelta la financió con “recursos propios” ¿qué menos entonces para ésta, que es de vida o muerte?

Es de temer, en consecuencia, en este escenario, que en la nueva campaña tendremos más descalificaciones personales en apelación al machismo nacional; una soterrada campaña del terror en la que se va a insistir en “la hegemonía de la izquierda” en la Concertación, incluyendo referencias reiteradas al tema valórico. Una buena respuesta de la Concertación debería centrarse en estos aspectos más que en cargarle los dados –por ahora, al menos- a los responsables de las pérdidas de la democracia cristiana o de otros candidatos emblemáticos.

Para Michelle Bachelet la tarea no es fácil, pero es menos complicada que para Piñera.

Aunque debe hacer una campaña intensa para demostrar que está consciente de que la Presidencia no la tiene asegurada, su objetivo principal debería ser dejarse querer. Debe recibir apoyos de la izquierda extraparlamentaria sin asustar a los votantes más conservadores del conglomerado, precisamente aquellos que está cortejando el piñerismo. Por eso debe ser extraordinariamente cauta, pero no por ello menos activa. Y si, como lo proclama la Derecha, la fortaleza de Lavín está en las poblaciones populares, Michelle Bachelet debe demostrar que la gran fuerza de la Concertación está allí donde fue más dura la represión bajo la dictadura y donde, aunque con problemas y sufrimientos, los beneficios de la democracia han estado llegando de manera ininterrumpida durante los últimos quince años.

En suma, retomar las banderas que algunos creen que fueron quedando de lado en los últimos meses: las banderas de Aylwin, Frai y Lagos, tres gobiernos diferentes pero con un ideal común y grandes avances en materia de libertad y dignidad.

Abraham Santibáñez

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