Editorial:

El áspero (y no siempre escuchado) mensaje del nuevo santo

Santiago, 23 de Octubre de 2005

Injusto y desproporcionado sería sostener que la situación descrita en el “memorial” que el padre Alberto Hurtado envió al Papa Pío XII hace casi 60 años1 se mantiene sin cambios. Los indicadores de horrorosos extremos de miseria en que entonces vivían muchos de nuestros compatriotas, el analfabetismo, la desnutrición han sido superados en gran medida. Pero ¿es tan profundo el cambio como para justificar la explosión de alegría que se produjo en la madrugada del domingo 23, cuando su nombre quedó oficialmente inscrito en el registro de los santos? El despliegue de fervor católico ¿ha logrado equilibrar el contenido del mensaje religioso del Padre Hurtado con su permanente, brutal a veces, llamado a la acción social?

Esta doble mirada, que tiene su raíz misma en el carpintero de Galilea, que era capaz de hablar de amor hasta el sacrificio personal, pero que se indignaba frente a la hipocresía de los “sepulcros blanqueados”, es la parte más difícil del misterio cristiano: resolver con éxito la aparente incompatibilidad entre la contemplación y la acción, entre la reflexión y el trabajo de todos los días. Como dijo Emmanuel Mounier, el fundador del personalismo, refiriéndose a aquellos que hacen ostentación de pureza: “Tienen las manos limpias, pero no tienen manos”. Más cercanamente, Benito Baranda prefirió citar al propio santo2, quien escribió: “Hay mucha gente que está dispuesta a dar sumas de dinero a fundaciones pero que no está dispuesta a pagarle un salario justo a sus trabajadores y a tratarlos justamente”.

Como suele suceder, en esta multitudinaria alianza –merecida, sin duda- que se forjó en torno a la canonización de San Alberto Hurtado, las voces que desafinan son reprobadas del mismo modo que se hace con aquellos que se comportan indecorosamente en una iglesia. Pero es saludable que haya habido voces que saludan al nuevo santo, que reconocen sus muchos merecimientos, pero que se conduelen por el desborde de fuegos artificiales y marketing que han dejado allá lejos, muy al fondo, la áspera recriminación que nos hizo en vida permanentemente a todos los chilenos.

No se puede poner en duda la sincera emoción de millones de chilenos con las ceremonias de la canonización y muchos las sintieron como un llamado personal en sus conciencias. Pero los pobres “que no pueden esperar” y que siguen esperando, necesitan gestos concretos. Ojalá toda la actividad desplegada en esta oportunidad se hubiese reflejado –o se reflejará, todavía puede ser- en aguinaldos voluntarios por parte de los empresarios, en mejor disposición de aquellos que deben negociar colectivamente con sus trabajadores, en aumento de las medidas de seguridad en las empresas, elas constructoras –sobre todo- y en las labores mineras.

También cabría esperar gestos que expresaran una atmósfera solidaria, desde la renuncia al lenguaje descalificador en todos los niveles hasta una mirada más cordial y acogedora con nuestros semejantes.

Ese era, me parece, el mensaje del Padre Hurtado. Por eso escandalizó a tantos políticos, terratenientes y empresarios en su tiempo. Y por eso, aunque costó, lo que es muy significativo, finalmente la Iglesia Católica lo consagró como un ejemplo, cuyas virtudes conviene imitar. O, como dijo el Papa Benedicto XVI, porque fue “un verdadero contemplativo en la acción”.

Abraham Santibáñez

Notas:

  1. Lo publicó el diario “7” en su edición del domingo 23 de Octubre de 2005.
  2. Dar limosna no es hacer justicia”. Entrevista de La Nación. Domingo 23 de Octubre de 2005.

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