Editorial:

Deslealtad: el último castigo

Santiago, 14 de Agosto de 2005

Lo que en otros tiempos hubiera sido un huracán, alentado, esta vez, cuando comenzó el vía crucis, no pasó de ser un vientecillo, gélido para algunos, refrescante para muchos. El breve paso de Lucía Hiriart por una confortable celda del Hospital Militar, no tuvo los ecos con los que, durante mucho tiempo, nos amenazó el dictador. En los 90, un titular de portada del diario La Nación, referido a los “pinocheques”, le permitió hacer su última demostración de fuerza: el “boinazo”. Era, se pensó, la materialización de una explícita afirmación: “Si tocan a uno solo de mis hombres, se acaba el estado de derecho”.

Pero no se acabó. Sus hombres fueron cayendo en la medida que el mismo ex-dictador no pudo mantener su propio blindaje, debilitado fatalmente por el encarcelamiento en Londres. Cayeron y muchos se sintieron traicionados porque, imposibilitado de poner fin al estado de derecho como había prometido, ni siquiera tuvo un gesto amable para aquellos que le brindaron todo: corvos acerados, clarines de guerra, incondicionalidad sin límite.

Demasiado lentamente, pero inapelablemente, las marcas que la dictadura dejó en el cuerpo y el alma de Chile se han ido borrando. Agosto, el mes que tradicionalmente precedió las fanfarrias del pinochetismo llevadas al paroxismo, ha sido este año un mes crucial. La intangibilidad de la familia, “primera dama” incluida, ha terminado. Y también debe terminar, aunque todavía subsistirá el ramplón sistema binominal, la mayor parte de la herencia que dejó la dictadura en la Constitución. incluyendo la firma del patriarcal Augusto José Ramón.

Todo indica que la última paletada a la Carta Fundamental que se nos impuso en 1980, no está lejos. La crisis de la derecha permite anticipar algunas derrotas estrepitosas que frustrarán el empate que se auguraba en el Senado. El tardío entusiasmo democrático no termina de convencer, según parece, a los votantes. Pese a la supresión de los senadores designados y vitalicios cuando se hizo evidente que no iban a garantizar una mayoría ficticia en el Senado, tampoco les irá bien en la competencia por los votos.

El intento de mimetizarse de demócratas puede interpretarse, a fin de cuentas, como la última deslealtad frente a quien les abrió el camino a las posiciones que hoy detentan...

Abraham Santibáñez

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