Editorial:

En campaña: lo bueno, lo malo y lo horrorosamente inesperado

Santiago, 19 de Junio de 2005

Lo fascinante de la política –sobre todo para quienes la observamos desde la vereda del frente- son sus cambios repentinos, las alteraciones inesperadas en el curso de acontecimientos que parecían asegurados, su imprevisibilidad, en suma.

Cuando solo quedan seis meses para las elecciones de diciembre, se podrían hacer pronósticos bastante razonables: la candidata de la Concertación, ganada ya la adhesión de la Democracia Cristiana, sigue encabezando las preferencias, muy cerca de la mayoría absoluta, que le garantizaría el triunfo en una sola vuelta. Los dos rivales de la Alianza, en cambio, no suman nuevos votos y “en cuatro semanas”, según proclama Sebastián Piñera, logró por lo menos un “empate técnico” con quien le lleva más de 400 semanas de ventaja en la campaña.

Pero sería un error creer que no va a pasar nada en las semanas y meses que vienen. Es natural que haya cambios, que surjan nuevas definiciones, que surtan efecto las estrategias de campaña y los esfuerzos por conquistar el voto de los dudosos e indecisos. Pero, además, puede haber imprevistos: la naturaleza castiga sin aviso previo. Una tragedia, ya sea en Antuco o al interior de Iquique, deja en evidencia debilidades y fortalezas. Pero, sobre todo, pone a prueba la capacidad de los responsables de enfrentar la exigencia –a veces exagerada o injusta- de una opinión pública que ha descubierto su poder y quiere aprovecharlo. Una autoridad que cumple con lo suyo, pero que se queja contra los medios o lo que considera peticiones desmedidas, corre un grave riesgo. Y ese eventual deterioro puede contagiar a quien pretenda ser su heredero.

Y hay más.

Una campaña también se puede ensuciar de manera irreparable por la obsecuencia de quienes creen que todo vale. El legado de la dictadura –a más de quince años de la salida de La Moneda de Augusto Pinochet- es todavía una fuerza poderosa en algunos sectores, con o sin uniforme. Los descubrimientos de Colonia Dignidad, engañosamente bautizada en su origen y peor rebautizada más tarde, nos han mostrado una realidad que pocos imaginábamos, pero que muchos temíamos.

Abraham Santibáñez

Volver al Índice