Editorial:

Un año de decisiones

Santiago, 13 de Febrero de 2005

Para la mayoría de los mortales que habitamos el reino de Chile solo nos queda una quincena de vacaciones. Incluso menos, ya que algunos colegios –no las universidades, felizmente- han adoptado la costumbre de empezar las clases en los últimos días de febrero.

Esta realidad, la del receso estival, ya está incorporada al disco duro de los periodistas nacionales. Para verificarlo, basta con mirar los titulares de los diarios de los últimos días: pese al dramatismo de algunas situaciones personales, las grandes decisiones que marcarán este año todavía no llegan a las primeras páginas. Las notas de la televisión se eternizan en mostrar lo bien que lo pasan los enviados especiales a los lagos del sur, al desierto del norte o a las playas del Pacífico, junto a denuncias de poca monta y un recuento obsesivo –lamentable, pero que dice poco a la gente de regiones- sobre las víctimas de los trabajos en “la principal arteria de la capital”, léase la Alameda del Libertador Bernardo O’Higgins.

Sin embargo, algo trepida en lo profundo.

Este es año de decisiones y de elecciones.

La Concertación debe demostrar su voluntad de continuar con su proyecto que ha sido exitoso y que así lo entiende –a juzgar por las encuestas- la gran mayoría del país.

La Alianza debe ordenarse tras su abanderado... o buscar otro. Pero hay mucho más que un juego de nombres o, como quisiera Joaquín Lavín, un imaginativo ejercicio de marketing.

Las convulsiones que tan claramente sacudieron al mundo junto con el comienzo de este milenio, no han terminado ni están controladas las peores amenazas para el futuro, desde el terrorismo al sida, desde los desastrosos efectos del calentamiento global a la permanente insatisfacción de los sectores dejados de lado por la modernidad y la globalización.

Nuestro verano es un tiempo de merecido descanso. Pero es también un momento de pensar que el futuro no está hecho de plácidos atardeceres frente al mar o de bucólicas cabalgatas entre montañas y caídas de agua.

La realidad puede ser dura y a veces muy dura. Pero es un desafío que no podemos –ni debemos- eludir.

Abraham Santibáñez

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