Editorial:

Imágenes de pesadilla

Santiago, 2 de Enero de 2005

Ya sabemos como serán las pesadillas de nuestros hijos –y, probablemente de nosotros mismos- por muchos años más. Despertaremos en medio de la noche y veremos como una ola gigantesca avanza sobre una playa idílica y arrastra todo a su paso: personas y cosas y sigue tierra adentro, entre palmeras, barriendo autos, casas... y más personas. No terminará ahí el mal sueño. Después veremos como algunos desventurados, salidos del Juicio Final de la Capilla Sixtina, o quizás del Infierno de Dante, tratan de escapar y no lo logran y son capturados por un monstruo de mil brazos, que se acerca y no suelta la presa, mientras envuelve más y más víctimas...

Es la naturaleza, desde luego. Pero los medios –y quienes los manejan, generalmente aunque no siempre periodistas- han hecho su parte: la catástrofe del sudeste asiático es la más profusamente registrada por video aficionados de toda la historia. Gracias a estos testimonios, cada noche, por una larga y extenuante semana, todos los canales del mundo y por cierto los de nuestro país, han inaugurado un capítulo nuevo de la serie video loco que no tiene nada de divertido y que se abre con una frase ritual: “Una nueva grabación aparecida hoy muestra otro aspecto de la catástrofe....” Y así vamos, noche tras noche, implacablemente.

Si uno preguntara, la respuesta sería obvia: la televisión vive de las imágenes. Lo suyo es el drama que se puede ilustrar. Por lo tanto, mientras más sobrecogedoras sean las escenas, mejor. Ni las explicaciones científicas acerca de la naturaleza del fenómeno o las disquisiciones en torno a la preparación o no de Chile frente a algo parecido pueden superar la morbosa fascinación del video en el cual gente común y corriente, que de pronto se ve amenazada por la crecida y termina luchando por su vida y, probablemente, sumándose a las decenas de miles de personas muertas o desaparecidas.

En España, el impacto de la repetición de las imágenes de lo que quedó en Atocha después de los bombazos de marzo pasado hizo necesario un acuerdo para no seguir mostrándolas. Ni los sobrevivientes ni sus familias eran capaces de revivir el horror de lo sufrido.

El tsunami que asoló las costas del Océano Indico, podría parecernos demasiado lejano como para que sus efectos sicológicos nos importen. Pero, aparte de la presencia de chilenos, incluyendo el caso desgarrador de Francisca Cooper, el hecho de que en Chile estemos expuestos al mismo fenómenos debería hacernos meditar. Y, sobre todo, debería hacer pensar a los responsables de los canales sobre su papel como fabricantes de pesadillas.

Abraham Santibáñez

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