Editorial:

Una reflexión necesaria

Santiago, 10 de octubre de 2004

La sorpresiva decisión del Presidente Ricardo Lagos de hacer su ajuste final de gabinete antes y no después de las elecciones municipales lo mostró como un maestro en el dominio de los tiempos y de los ritmos en política. Pocas veces ocurre que un mandatario llegue a las postrimerías de su mandato con su popularidad, pero, sobre todo, con la capacidad de decidir cómo se raya la cancha.

En la vorágine de acontecimientos del pasado septiembre, el oficialismo no se preocupó de cargar todo lo que podía las tintas en torno a un hecho revelador: el desconcierto de la Alianza ante la jugada presidencial y, muy especialmente, la pobre reacción de Joaquín Lavín, objetada incluso en medios habitualmente nada críticos. Se consolida, al parecer, la impresión de que, en la perspectiva empresarial y de la derecha más racional, la mejor opción es que la Concertación siga en el poder, aunque de los dientes para afuera se diga otra cosa.

El gobierno de Lagos, en años especialmente difíciles, marcados en el mundo entero por el terrorismo, ha dado pruebas de su capacidad de equilibrar la razón y el sentimiento. Quedan importantes tareas pendientes, y la más grande de todas es sin duda la superación del flagelo de la cesantía y la pobreza. Pero hay que reconocer que es mucho lo que se ha avanzado desde 1990 habiéndose llegado –finalmente- al cierre de la transición con los acuerdos para las reformas constitucionales.

Por desgracia, no siempre miramos más allá de nuestras fronteras con una mirada atenta a la realidad de un mundo desgarrado por múltiples problemas, muchos de los cuales ya han sido superados en Chile o están en vías de serlo. Con todas nuestras falencias, especialmente las de la clase política, como lo acabamos de ver en una breve visita privada a cuatro países de Europa, ser chileno hoy día produce más motivos para estar orgulloso que para tener envidia.

Sinceramente

Abraham Santibáñez

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