Editorial:

No juguemos con la alternancia

Santiago, Domingo 6 de Junio de 2004

Con entusiasmo digno de mejor causa, el candidato de la Derecha, que no se bajó del caballo en ningún momento después de su derrota hace cuatro años, ha estado sosteniendo las virtudes de la “alternancia” en el poder. Lo reiteró en los últimos días, haciendo un emplazamiento directo al Jefe de Estado: “El Presidente, dijo Joaquín Lavín, sabe muy bien que en algún momento va a tener que haber alternancia en el poder y yo represento esa alternancia”.

Para quienes trabajamos profesionalmente con las palabras, la afirmación resulta sorprendente. Alternancia, según la Real Academia Española es la “acción y efecto de alternar” que, a su vez, significa –en su segunda acepción- “distribuir alguna cosa entre personas o cosas que se turnan sucesivamente”. Ni más ni menos. Es decir, alternarse en el poder es que, cumplidos ciertos plazos, la persona que está en cierto cargo –generalmente se refiere al jefe del Poder Ejecutivo, aunque no exclusivamente- deja el cargo y es reemplazado por otra. Un presidente vitalicio, como quería serlo Papa Doc en Haití, representa lo opuesto de la alternancia. También los que se hacen reelegir indefinidamente. Pero –ojo- como aclara el “Diccionario Electoral”, editado por el Instituto Interamericano de Derechos Humanos, sólo significa eso: “La alternancia en el mando o en el Gobierno es el desempeño sucesivo del Gobierno por personas distintas, pertenezcan o no al mismo partido político”.

Asegurar, como lo pretende con insistencia la oposición, que la democracia requiere no sólo un cambio de personas, sino también de partidos e incluso de la combinación de partidos que gobierna, en este caso la Concertación, es, por decir lo menos, una exageración. Desde el 11 de marzo de 1990 los chilenos hemos elegido democráticamente tres Presidentes de la República. Todos eran de la Concertación y dos del PDC. Insistir en que esto no es “alternancia” no es solamente un despropósito. Puede llevarnos a una confusión grave que podría minar seriamente la democracia que tantos dolores nos costó recuperar.

Ojalá en el entorno del presidenciable de la Derecha haya alguien que sepa castellano. O que, por lo menos, entienda de lo que en el pasado de llamaba “educación cívica”. Hace falta.

Abraham Santibáñez

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